sábado, 26 de octubre de 2013

Fragmento de mi libro "Huellas del Vecindario. Robo por la Ventana"

Capítulo lV
Dinámica del Vecindario
La dinámica del Vecindario era muy diferente  a lo que es hoy, a pesar de que todavía conserva algunas tradiciones de la vida campesina. La gente trabajaba la tierra como medio de subsistencia. Gran parte de los alimentos que se consumían eran producidos en la comunidad. Casi todas las familias disponían de un predio, en el cual sembraban frutos menores como, yuca, batata, plátano, guineos, maíz, guandules y habichuela, para el autoconsumo y venta de los excedentes. Otros trabajaban como jornaleros en los predios de los que tenían terrenos o en las labores agrícolas del ingenio Amistad, especialmente en el corte de la caña; así como en la recolección de café.

Aún los artículos que no se generaban en el entorno y que se obtenían para la alimentación, eran productos sanos, en su mayoría de origen agropecuario, como por ejemplo: avena, arroz, azúcar, arenque, bacalao, clavo, canela, nuez moscada, pimienta,  cebolla, malagueta, etc., lo que se expresaba en que la comida se preparaba esencialmente en base a productos no procesados.

El Vecindario se caracterizaba por la presencia de una gran vegetación, en la que abundaban plantas y arbustos predominantes en los bosques húmedos. El nombre de Palmar Grande le viene de la cantidad de palmeras que había. Puede decirse que el Vecindario, en esos años era un palmeral gigante constituido de millares matas de palma real. Además de la rica y variada flora, se destacaba por la existencia de  una variada  avifauna en la que predominaba una multiplicidad de aves silvestres, como cuervos, palomas,    tórtolas, rolas, ciguas palmeras, carpinteros, perdices, guineas, lechuzas guaraguaos,  barrancolis, zumbadores,  judíos, chinchulines, entre otras.

Una de las particularidades del Vecindario era, y sigue siendo, el hecho de  que cómo consecuencia de su ubicación geográfica entre montañas, el sol se acuesta más temprano que en cualquier otro lugar del país. Las tardes resultan cortas, y el atardecer es interrumpido bien temprano por la llegada de la oscuridad.

La economía se sustentaba en una buena producción de cacao, café, y ganadería en menor escala. Se cultivaba maní, por medio de contratos con “la Manicera” , y las familias criaban gallinas, pavos, patos, chivos, ovejas, vacas  y sobre todo cerdos, a los cuales se les denominaba la “Alcancía del pobre”, debido a que las familias criaban sus puerquitos para afrontar cualquier aprieto que se les presentara.

Pero no sólo eran las actividades agrícolas, las que predominaban en el Vecindario, también se desarrollaban diversos oficios, que hacían posible la solución de múltiples problemas. Había carpinteros y ebanistas, para construir las viviendas y los muebles, entre los que se destacaban Enemencio (Menso) Bravo y Chuchin. Las sillas de sentarse las hacían Antero Cruz y su hermano Matías; y Merejo Silverio, alias Candó, confeccionaba los forros utilizando fibras de guano y palmera.

Los aparejos para montar los animales lo fabricaban Genaro y Amadito; y las esterillas las hacían los hermanos Ramón y Palín Camilo. Vicente la Luz era el especialista en curar los caballos y colocarles las  herraduras.  Entre los zapateros se destacaba Leonel Ventura, alias Cocón.  Las principales costureras del vecindario eran una señora llamada Catalina, Vicente Ventura, Pura Martínez, Niña Bravo y Alicia Silverio. En tanto que los barberos más sobresalientes eran Tomás, Mon y Ricardo. Como carniceros estaban Goyito Viejo y Catalino García, alias Catán.

Había dos panaderías artesanales, una en la casa de una señora a que apodaban Mocha y otra que estaba ubicada en la casa de Romana. En ambas panaderías se hacían los denominados panes de roscas, los cuales se vendían ampliamente en las pulperías, y además, eran llevados a las fiestas y velas para ofrecerlo a los asistentes. También había mujeres que hacían dulces de coco. Entre ellas cabe destacar a Marcelina Silverio, Colasa y Catalina y su esposo Bartolo. Los lebrillos o bateas los hacía Marcos Parra.

El “agua del manejo”[1] se extraía de los ríos, arroyos y manantiales, y las mujeres iban a lavar la ropa a las fuentes de agua, llevándola en lebrillo o batea. Estas mismas fuentes eran utilizadas para las gentes bañarse. El agua de tomar se extraía de de las norias o manantiales, y se depositaba en tinajas de barro para conservarla fresca.

Los vecinos eran en su mayoría gentes humildes. Su nivel educativo era muy bajo, pues las escuelas a la que asistían los muchachos apenas llegaban al tercero y cuarto grado, y aquellos adultos que no eran analfabetos, escasamente habían alcanzado esos grados. La comunicación vial era a través de angostos y tortuosos caminos, los cuales sólo hacían posible el transito a pie y en animales. Los medios de comunicación eran prácticamente desconocidos, sólo en algunas casas se disponía de radios, la televisión y el teléfono eran inexistentes. Al Vecindario tampoco llegaban los periódicos.

La docencia se impartía en una vieja casona de madera fabricada con las mismas características que tenían la mayoría de las casas del Vecindario.  Estaba dividida en dos compartimentos en los que se impartía dos cursos por la mañana y dos por la tarde. Los asientos eran pupitres de  madera con capacidad para ubicar dos alumnos en cada uno. Los maestros eran personalidades muy respetadas. Ese  respeto se correspondía, además de su noble labor, con la conducta e imagen que mostraban ante la comunidad. 

Las escuelas donde se daban cursos más avanzados de los que se impartían en la escuela local estaban situadas a distancias considerables. Por esa razón era difícil encontrar en el Vecindario a personas con nivel educativo superior al que allí se impartía. Por esos años muy poco jóvenes continuaron sus estudios cuando concluyeron el cuarto grado. Entre ellos se pueden mencionar a  Alfonso Martínez, Gloria Parra y Samuel Cruz, el primero de ellos regresaría años más tarde al Vecindario como profesor.

                                                     ***

En el Vecindario eran frecuentes las festividades y  celebraciones. Siempre estaba presente algún motivo para la gente juntarse. Cada vez que alguien moría se le celebraba el novenario, que consistía en nueve velaciones durante las primeras horas de la noche. Al noveno día tenía lugar una vela de amanecida. Al cumplirse la fecha de la muerte, durante los primeros siete meses, también se realizaban una vela, al igual que durante los primeros siete años, que se celebraban los “Cabo de Años”

También, tenía lugar la celebración de numerosas velas relacionadas con el santoral, las cuales igualmente eran de noche e iban acompañadas de sus respectivas fiestas. Las más significativas eran: San Antonio, donde don Félix, el 13 de junio.  San Rafael, donde Natividad, el 24 de octubre. San Miguel, donde María Cirilo, el 29 de septiembre. El Carmen, donde Juan Viejo en Hervidor, el 16 de julio. San Roque, que se celebraba  tanto donde Jacobo Mora, como donde Ismael Peña, el día 16 de agosto. La Altagracia, que tenía lugar donde  Rosalía Jaques y donde Lila Parra, los días 21 de enero. Las Mercedes, donde Mamita Vargas y Bartolina Olguín, los 24 de septiembre. Y Santa Ana, que se celebraba donde Torán y Dominga, el 26 de julio, entre otras.

Sin embargo, la cosa no terminaba ahí, existían otras festividades, inventadas por los vecinos con el subterfugio de celebrar, como eran: las “Velas Ofrecidas”, las “Horas  Santas”, y los “Bautismos de Muñeca”. Todos eran pretextos que la gente utilizaba para llevar a cabo festividades.

A pesar de las limitaciones que el medio imponía a sus pobladores, puede afirmarse que era un contexto hermoso y sano; en el que la solidaridad, la limpieza del ambiente y la lealtad de las gentes, hacían del Vecindario un entorno agradable y placentero



[1] Agua del manejo: es el agua que se utiliza para realizar las labores de limpieza de la casa, e incluso para cocer los alimentos. Por lo general no se usa pasa tomar.

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