sábado, 25 de enero de 2014

Les regalo un fragmento de mi libro "Entre cardos y sombras"


http://www.scribd.com/doc/30488457/Sombras-Ultima-Version-Corregida
En  ruta a casa
Cuando los demás pasajeros ocuparon los asientos que quedaban vacíos, el autobús inició la marcha rumbo a la ciudad de Santiago. Eduard y Sonia se mantenían sentados en la última butaca.

Eduard comprendió que se encontraba en una encrucijada, pues desde que terminaron la preparatoria en la universidad, sólo veía a Sonia en forma ocasional, aprovechando cada encuentro para decirle algunos piropos acerca de su belleza y sus encantos. Ahora la tenía sentada a su lado para transitar una ruta que le tomaría por lo menos dos horas, lo que le obligaba a tratar temas con más formalidad, que cuando se juntaban en el centro de estudios. Tenía presente la última vez que se juntaron y que él privando de listo la saludó nombrándola como el “amor de su vida”, recibiendo de ella su merecido reproche.

El autobús estaba repleto de personas, la mayoría jóvenes, algunos eran estudiantes conocidos de Eduard y Sonia. En la primera parte del recorrido, cuando todavía estaban en la ciudad de Santo Domingo, todos los ocupantes se mantenían en silencio, mirando por los cristales el fuerte patrullaje que se mantenía a lo largo de la ruta: tropas excesivamente armadas, vehículos blindados y de asalto recorrían lentamente las calles y avenidas; tanques de guerra estacionados en lugares considerados estratégicos, y una ciudad desolada, tensa y calmada, marcaban  el panorama que iban dejando atrás.

En la ruta, Eduard se sentía  un poco timorato y no sabía por dónde empezar a conversar con su amiga. Sin embargo ella rompió el hielo preguntándole:
− ¿Hacia dónde tú vas?
−Voy a  donde mis padres que viven en Santa Elena. − Le contestó él.
− ¿Y tu amigo Roberto, dónde lo dejaste? −Agregó Sonia.
−Nos separamos hace alrededor de una hora. Se fue a su casa en Las Matas de Farfán.
− ¿Y tú hacia dónde te diriges?, −le preguntó  Eduard.
−Soy de Monte Cristi, mi papi me está esperando en Santiago, para irnos a casa. Respondió Sonia. Y agregó:
−Mi padre siempre se opuso a que yo fuera a estudiar a la UASD, además de que la considera peligrosa, dice que en ella se pierde demasiado tiempo.
−Él tiene razón, uno sabe cuando entra, pero no cuando va a terminar, - amplió Eduard.
−Cuando papi me llamó esta mañana –prosiguió Sonia− lo primero que me dijo fue que me prepare para que ingrese a una universidad privada. Pero a mi me gusta la UASD.
−Pienso que debes escuchar a tus padres y si la universidad no se abre rápido, tienes que hacer lo que ellos te sugieran.

Dialogaban de manera muy formal, mientras la guagua seguía rodando. En el camino se encontraron con algunos puntos de chequeo, pero el señor que conducía el vehículo al acercarse donde se realizaban los controles, les decía a los pasajeros que no se preocuparan y se desmontaba a hablar con los militares, los cuales les daban instrucciones de continuar, sin ser requisados.

Para tranquilidad de Eduard, el diálogo  con Sonia había tomado ese rumbo. Se mantenía al lado de su amiga hábilmente sin mirarla a los ojos, aunque a veces la chequeaba de reojo. Temía que ella lo enfocara con esos ojos penetrantes y que delatara su timidez. Sentía que si se producía un cruce de miradas a la distancia que estaban uno de otro, él  iba a vibrar de emoción o talvez de  miedo y podría hacer algo ridículo.

***

Al llegar a Bonao, el  cobrador  de la guagua comenzó a recorrer el pasillo requiriéndoles el pago del pasaje a todos los ocupantes. Por su parte el chofer dijo en voz alta y amenazante, para que  llegara al oído de todos:
−Me voy a detener diez minutos en “La Posada Cibaeña”. El que se pase de ese tiempo, se queda. Yo no espero pasajeros.

El autobús detuvo la marcha y los pasajeros comenzaron a salir. Eduard y Sonia que se encontraban en la última fila, se levantaron de sus asientos y esperaron que los que estaban delante circularan por el angosto pasillo.

Cuando ya estaban afuera, caminaron juntos hacia el parador, pero antes de llegar se separaron para entrar a los baños correspondientes a su género.  El primero en salir del baño fue Eduard, pero se detuvo a esperar a su amiga. A su llegada se dirigieron al mostrador  del establecimiento.

−Yo invito, señaló ella, -interrumpiéndola él.
−No, yo te he invitado. ¿Qué  deseas? −reaccionó el joven.
−Sólo un refresco de naranja −le respondió Sonia. 

Eduard pidió dos refrescos similares, que les fueron servidos en vasos plásticos. Tomó uno y pasó el otro a su amiga. Pero antes de pagar le dijo a la muchacha que les atendía  que  pusiera en dos fundas  algunos dulces de leche y de frutas, así como varias “canquiñas de listas”.  Al recibir las bolsas, le entregó una a Sonia, expresándole:
−Para que les lleve a tu madre y a los niños. Ellos siempre esperan algo cuando uno regresa.

Sonia dio las gracias a su amigo y le dijo que le llevaría los dulces a su madre y le diría que es un obsequio que le envió un amigo. Ella miró el reloj que llevaba puesto, y  expresó:
−Vamos, ya es hora, somos los últimos y tenemos que entrar de primero. −Y se dirigieron  al autobús para ocupar nuevamente sus asientos.

Cuando  abandonaban el establecimiento escucharon la voz de un distribuidor de periódicos gritar: “Desembarco Guerrillero en Azua”. Eduard giró rápidamente hacia donde se encontraba el “canillita” y pudo ver el amplio titular del periódico El Nacional, en letras rojas, tal como lo había pronunciado el distribuidor del vespertino.  Se produjo un caos alrededor del distribuidor, ya que todos deseaban obtener un ejemplar. Eduard finalmente logró obtener uno. Durante unos minutos se detuvo en la información relativa al desembarco que decía: “Un grupo armado formado por ocho o nueve hombres desembarcó anoche en una playa de la provincia de Azua, en el sur del país, a unos 190 kilómetros de Santo Domingo”.

Los dos jóvenes ingresaron de nuevo a la guagua y  juntos comenzaron a hojear el periódico. Entre las principales informaciones que traía el vespertino se destacaba un cable de la Agencia Francesa de Prensa (AFP) fechado en Santo Domingo con el titulo: “Caamaño Dirigiría el Grupo” en el que se daba cuenta de que un “Un grupo de guerrilleros al mando del ex coronel Francisco Caamaño, jefe de los Rebeldes en la Revolución de 1965, desembarcó en la Costa Sur del país...” También informaba  que la Secretaría de Estado de la Fuerzas Armadas había prometido emitir en las próximas horas un comunicado “sobre el supuesto desembarco de guerrilleros en la Costa Sur del país”.

El periódico comunicaba además sobre las operaciones militares que se desarrollaban en la zona de San José de Ocoa, donde supuestamente se encontraban los guerrilleros, así como de supuestos combates entre los insurgentes y las fuerzas regulares. También comunicaba las medidas de seguridad adoptadas por el gobierno en todo el territorio nacional.

Traía además, la información de que la residencia del profesor Juan Bosch, presidente del Partido Revolucionario Dominicano (PRD), había sido ocupada por un contingente militar, en momentos en que el líder opositor no se encontraba en su casa. También informaba de allanamientos a las viviendas de la señora Mirna Santos,  viuda del asesinado dirigente izquierdista  Amín Abel Hasbún, secretario general del Movimiento Popular Dominicano (MPD),  la del doctor José Francisco Peña Gómez, secretario general del PRD y la de don Luís Amiama Tió, uno de los dos sobrevivientes del grupo que participó en el ajusticiamiento del dictador Rafael Leonidas Trujillo, entre otras.

En una medida adoptada bajo el argumento de “preservar la paz y evitar la alteración del orden público”, el gobierno dispuso la incautación,  por parte de la Dirección de Telecomunicaciones, de los cristales y la salida del aire de las emisoras Radio ABC, Radio el Mundo de los Minas, Radio Mil, Radio Visión y Radio Continental. Los medios intervenidos tenían como común denominador el hecho de que transmitían los principales noticieros de radio a todo el país.
***

El autobús seguía rodando y los dos jóvenes proseguían comentando las noticias que trajo el periódico. Sonia daba señales de agotamiento, y en un momento expresó:
−Tengo sueño, estuve hasta tarde de la noche estudiando para un examen−, y recostó la cabeza sobre el espaldar del asiento.

Minutos después, ya casi dormida, dejó caer la cabeza sobre el hombro derecho de Eduard, quien la ayudó acomodarse. Recostada sobre él dormitó hasta que se aproximaban a la ciudad de Santiago.

Eduard también intentó dormir, pero no pudo conciliar el sueño. Estaba encantado con la fragancia del suave perfume que llevaba Sonia,  que se esparcía por todo el espacio que ocupaban. De vez en cuando la brisa arrojaba sobre su cara el suave y delicado pelo de la muchacha, que ajena a lo que pensaba su amigo permanecía dormida.

La guagua continuaba el recorrido y Eduard decía para sí:
−Solamente Sonia con la seguridad y la confianza que tiene  en sí misma, es capaz de dormirse sobre los hombros de un tipo que le ha manifestado decenas de veces que ella es “el amor de su vida”. Pero a seguidas reflexionaba y recordaba que para ella, él no era más que “mucha espuma y poca cerveza” y con la torpeza que había demostrado, todo parecía indicar que  la muchacha tenía toda la razón.

Finalmente Sonia se movió y separó la cabeza del hombro de Eduard.
−Gracias –le dijo– por haberme permitido descansar.
−Yo también dormí un ratito, −mintió Eduard, y añadió:
− ¿Qué soñaste? 
−No soñé nada y tú −le respondió la muchacha.
−Yo soñé –dijo Eduard− que iba en una guagua acompañado de mi novia, que ella dormía apoyada sobre mi hombro y que yo estaba como embrujado por el rico olor de su perfume.

Por primera vez se miraron a los ojos y Eduard apreció el hechizo de unos ojos grandes y brillantes que le hicieron sentir el palpitar del corazón. Él, ya se sentía más suelto, quizás porque se aproximaban al final de la ruta; pero estaba preparado para recibir una nueva reprimenda de la encantadora Sonia. Sin embargo ella, muy calmada, sólo  se limitó a decirle: “oportunista”.

Se acercaban a la Terminal de  guaguas, donde ambos se separarían sin saber hasta cuándo. Existía la posibilidad que ella no regresara a la universidad del Estado, tanto porque no estaba claro cual sería el destino de la misma o por la presión de su padre que no tenía interés en que Sonia continuara “perdiendo el tiempo” en esa casa de estudios.

La situación de Eduard era aún más incierta, sus padres no contaban con medios para cubrirle los estudios en una universidad privada, y de mantenerse la ocupación de su alma mater, simplemente su carrera de estudiante había tocado a su fin.

Cuando la guagua se detuvo, los pasajeros comenzaron a salir con sus bultos por el estrecho callejón. Los dos jóvenes se mantenían juntos y callados, como si hubiesen agotado todas las palabras. Sonia iba delante y Eduard seguía pegadito a ella, al ritmo que  permitía el atasco que se había formado en el pasillo.

Mientras salían, un señor, de piel negra, se arrimó por uno de los cristales laterales del vehículo y pronunció el nombre de  la muchacha.
−Hola Rigo: ¿y papi dónde está? −, le preguntó Sonia.
−Se quedó comprando en la ferretería y me envió a buscarte, pero ya hace rato que estoy aquí. Debe estar desesperado.
−No te preocupes que ya llegué, nos vamos en seguida.

Una vez se encontraron fuera del vehiculo, Eduard y Rigo  ayudaron a Sonia a cargar la maleta y otros bultos que sacaron de la cajuela y los introdujeron en un carro Mercedes Benz,  que estaba estacionado en uno de los parqueos de la Terminal, en el que Rigo había ido a recoger a la muchacha.

El conductor encendió el auto y Sonia y Eduard quedaron parados uno frente al otro. Había llegado el momento de despedirse. Se abrazaron con mucha fuerza y se besaron en las mejillas. Sonia no pudo disimular, mientras se dirigía al lujoso auto y  se introducía en el asiento trasero, varias lágrimas brotaron de sus ojos y se deslizaron por la pendiente de sus delicadas mejillas. Eduard sentía también deseo de llorar, pero pudo contenerse ocultando la mirada. Cuando el auto iniciaba la marcha, se detuvo por un instante, Sonia abrió el cristal de la puerta y le dijo a Eduard, entregándole una tarjeta de presentación: “llámame a ese teléfono que yo siempre estaré ahí”.

Eduard miró la tarjeta y comprobó que era de su padre y que el mismo era ingeniero de profesión. Mientras el vehículo se iba alejando la muchacha repetía: “esperaré tú llamada Eduard”. Él se quedó parado en medio del estacionamiento de la Terminal, observando a su amiga alejarse y pensando si tendrían oportunidad de volver a juntarse.

Pero la vida continuaría su ritmo, ahora él tenía que seguir su ruta hacia Santa Elena, donde les esperaban sus padres, que de seguro estaban desesperados por saber noticias de su hijo.

Se dirigió a un grupo de chóferes y buscones y le preguntó dónde podía abordar un vehículo que lo llevara a Santa Elena.  Uno de ellos se abalanzó sobre él, le arrebató el bulto y lo condujo hacia  donde estaban estacionados los carros que cubrían la ruta hacia el indicado pueblo.

En pocos minutos Eduard estaba montado en el auto que lo conduciría a su destino. Pero ya en camino, el joven trajo a su mente que él no sabía exactamente hacia dónde se dirigía, ya que sus padres apenas tenían un mes que habían establecido residencia en  ese lugar.

Su familia la integraban  don Eduardo, su padre; doña Julia, su madre, y sus dos hermanas,  Ana y Rosa. Él era el menor y además, el único varón de los hijos del matrimonio.  Sus dos hermanas ya se habían casado. Ana, la mayor, vivía con sus hijos en Canadá, casada con un ciudadano de ese país, y Rosa  residía en la ciudad de Nueva York, junto a su esposo e hijos.

Doña Julia se desempeñaba desde hacía alrededor de tres años como directora del liceo secundario de Santa Elena; y su padre había sido jubilado, después de ejercer el magisterio por más de treinta años.

Cuando transcurrió el período de las vacaciones de navidad, ambos decidieron mudarse a vivir en Santa Elena, donde doña Julia pasaba cinco días de la semana. Entregaron la casa que por años mantuvieron alquilada, lo que les permitía mantenerse juntos y así reducir los gastos.

Don Eduardo, además de maestro compartía su tiempo como miembro de la Banda de Música. Había establecido una escuela para impartir clases de guitarra a jóvenes de la ciudad de Puerto Plata, donde  vivió por más de cincuenta años.

Al establecerse en su nuevo domicilio, don Eduardo hizo arreglos para instalar su escuela en uno de los cuartos de la misma residencia que habían alquilado para vivir. En el poco tiempo que llevaba en Santa Elena, ya tenía varios jóvenes inscritos, los cuales le pagaban una cuota de cinco pesos mensuales para recibir dos  horas de clase a la semana, lo que generaba algunos ingresos adicionales a los ochenta pesos mensuales que recibía como pensión.

Su madre, como directora del liceo secundario, ya tenía varios años viviendo en el poblado y gozaba de mucha consideración y aprecio de parte de la gente de Santa Elena. Ella estaba feliz de que Eduardo se hubiese mudado para vivir juntos en un pueblo por el que sentía gran afecto.


Eduard en todo el trayecto iba pensando cuál sería la situación que encontraría en su nueva morada. Allí sólo conocía a sus padres. No sabía si encontraría amigos con quienes compartir. Y si la situación se extendía por mucho tiempo cuál iba a ser el destino de su vida. En fin, mientras el vehículo avanzaba, una cadena de interrogantes iba ocupando el pensamiento de Eduard.  En el camino no hizo ningún comentario, ni con el conductor del vehículo,  ni con ninguno de los pasajeros que le acompañaban.

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