miércoles, 1 de julio de 2009

Los Barbudos vistos por la mirada de un niño

El 20 de junio de 1959, la lancha Carmen Elsa desembarcó por Maimón, con 96 expedicionarios, comandada por José Horacio Rodríguez y capitaneada por José Messón. El desembarco fue combatido por miles de soldados del Ejército y la Marina, quienes atacaron despiadadamente a los expedicionarios apoyados por un guardacostas, una corbeta de guerra y un barco destructor, así como por intensos bombardeos de la Aviación Militar Dominicana.
Yo era un niño que apenas acababa de cumplir 12 años, precisamente el 14 de junio de ese año. Vivía en un campo de Altamira, un municipio de la provincia de Puerto Plata, que esta situado a unos 25 kilómetros al sur de la costa del Atlántico, y me tocó ser testigo de un acontecimiento histórico que me marcaría para toda la vida.

El día del desembarco, mi hermano Josué y yo nos dirigíamos al río Bajabonico a pescar. Habíamos programado iniciar la jornada en la comunidad de Saballo, que está ubicada a unos dos kilómetros después de Imbert y a unos doce de nuestra casa. Cuando íbamos en el camino, pienso que a eso de las ocho de la mañana, los aviones sobrevolaban sobre nosotros en dirección a la costa de Puerto Plata.

A pesar de lo extraño que nos resultaba la cantidad de aviones que sobre nosotros se dirigían hacia el norte, ya que no disponíamos de ninguna información sobre lo que estaba ocurriendo, continuamos la ruta hasta llegar a Imbert, donde nos enteramos que se trataba de unos “barbudos” que había mandado Fidel Castro a tumbar a Trujillo. Al recibir la información optamos por iniciar la pesca en el primer paso de río que encontramos.

Hicimos el recorrido “río arriba”, imbuidos en nuestra tarea de capturar algunos peces, prácticamente ajenos a la dimensión de lo que estaba ocurriendo. Cuando llegamos a la casa, ya cayendo la noche, sólo se hablaba del tema de los “barbudos” (mote con que eran despectivamente nombrados). Mamá había pasado el día preocupada por nuestra ausencia y al vernos llegar, se puso muy contenta y nos señaló que porqué no nos habíamos devuelto cuando vimos volando los aviones.

Pasaron algunos días en medio de comentarios y rumores, hasta que comenzaron a recibirse las primeras noticias de que en diferentes campos y comunidades se había detectado la presencia de los expedicionarios. Se reportaba haberlos visto en Pescado Bobo, la Llanada, Río Grande, Bajabonico Arriba y Llano de Pérez, entre otras localidades.

Rápidamente, todos nuestros campos fueron invadidos por tropas del ejército, quienes con ayuda de los alcaldes pedáneo, obligaban a los campesinos a acompañarles en los recorridos que hacían por las montañas en busca de los “barbudos”. Muchos se sumaban de manera “voluntaria”, otros eran llevados a la fuerza y otros se escondían para evitar participar en la búsqueda; quienes se negaban a integrarse a los operativos eran denunciados y asediados por los alcaldes.

El régimen difundió la noticia de que las personas que capturaran a uno de los “barbudos”, serían recompensadas con la suma de tres mil pesos. También recibirían pago los que dieran informaciones que ayudara a localizarlos o capturarlos. Esto trajo como consecuencia que muchos de los campesinos que entraban en contacto con ellos, sea porque los vieron en el lugar o porque recibieron la visita de uno de ellos en su casa, se dirigieran a los destacamentos a ofrecer la información a cambio de recibir un pago que nunca apareció.

Todas las comunidades vivían en un estado de sobresalto, tanto por la presión que se hacía para que los hombres jóvenes se incorporaran a la búsqueda de los insurrectos, como por los rumores que se difundían de la presencia de éstos en las diferentes localidades. En aquellos lugares en los que se decía que se había visto a los “barbudos”, los alcaldes pedáneos visitaban las viviendas todos los días, sugiriéndoles a las mujeres no dejar comida en la cocina, porque ellos (los barbudos) acudían de noche a esos lugares en busca de alimentos. Recuerdo que algunas mujeres, no sé si en rebeldía o movida por sentimientos humanitarios, cuando los alcaldes se marchaban dejaban comida en los calderos. Se conocieron algunos casos en que al día siguiente la comida dejada había desaparecido.

Durante varias semanas se escenificaron combates en las montañas contiguas a Pescado Bobo, La Llanada, Río Grande y la Loma del Chino. De acuerdo a las versiones de la gente de nuestro campo que acompañaba a las tropas, en esos combates murieron varios expedicionarios y militares; y también resultaron muertos humildes padres de familias.

La primera víctima entre los campesinos fue el señor Félix Hiraldo Mora, ocurrida en la localidad de “Agua Larga”. La versión más socorrida sobre el hecho es que un domingo varios jóvenes se encontraban jugando pelota en el play del lugar, y que fueron informados de que en Boca de Río Grande, que está a una distancia de algo más de un kilómetro, se había desmontado de un camión una patrulla de guardias y que se dirigían hacia donde ellos se encontraban.

Al percatarse de que la guardia se aproximaba, todos los hombres se dispersaron para evitar que se lo llevaran a buscar a los barbudos. El señor Hiraldo Mora que no tenía sus documentos al día, optó por esconderse detrás de un árbol en un montecito que estaba situado en un alto a la orilla del camino, para de ahí divisar a los guardias cuando pasaran. Para su desgracia, uno de los militares lo detectó por medio de un telecopio cuando sacaba la cabeza para observar el paso de la patrulla, siendo alcanzado por un disparo de un “francotirador”, con el alegato de que se les había confundido con uno de los barbudos.

Otro campesino que resultó muerto fue un señor llamado Andrés Rosario, el cual cayó en un “combate” escenificado en un lugar denominado como el “Alto del Brinco” localizado en los alrededores de Los Manantiales. También pereció Feliciano (Fale) Vásquez. Éste último fue alcanzado por un disparo en la cabeza que le destrozó la masa encefálica.

Además otro señor llamado Santo Mieses, fue herido con un disparo en el brazo izquierdo, casi a la altura del hombro, el cual tuvo que serle amputado. Las víctimas eran humildes campesinos que acompañaban a los militares, los cuales aterrorizados, los obligaban a avanzar delante de ellos en el frente de combate, e incluso algunos de ellos fueron muertos como resultado de los fuegos cruzados entre los expedicionarios y las tropas regulares.

Durante varias semanas se mantuvo la presencia de las tropas. Se informaba de la muerte, captura y escape de algunos barbudos, sin embargo, la noticia más difundida era la presencia en las montañas de Pescado Bobo de un último insurrecto que “rompía todos los cercos” y burlaba las tropas del ejército. Las anécdotas sobre las acciones heroicas y de valentía de ese hombre, del cual se decía que sólo tenía un ojo; era el tema de conversación de toda la gente.

Se señalaba que era de origen venezolano, que había peleado junto a Fidel Castro en la Sierra Maestra, que era brujo, que disparaba hacia atrás utilizando un espejo para ver el blanco, que donde colocaba la mira pegaba el tiro, que había ocasionado decenas de bajas a las tropas regulares, etc., etc. Todas esas leyendas convirtieron durante varios días al referido combatiente en un hombre ampliamente popular entre los campesinos, hasta que finalmente un día, alrededor de las once de la mañana, se escucharon fuertes ráfagas de ametralladoras y de todo tipo de armas, en la dirección donde se decía operaba “el guerrillero solitario”, como lo habían bautizado.

El tiroteo se extendió por más de cinco horas y en nuestra casa se escuchaba cada vez con mayor intensidad, en la medida que avanzaba el día. Parecía que el combate se escenificaba a pocos metros de nuestra vivienda. Mamá preparaba la comida y nos ordenó que nos colocáramos debajo de la cama.

El pánico se había apoderado de todo el vecindario, hasta que llegó el tío Gero a eso de las dos de la tarde, quien se encontraba en el lugar de los hechos. A su llegada informó que los disparos eran realizados por los guardias en retirada, celebrando la caída en combate del “guerrillero solitario”. Dijo que el comandante de las tropas había dado instrucciones a los militares de que dispararan al aire todas las balas que llevaban consigo, para celebrar el “triunfo” obtenido.

Tío daba muestra de estar confundido. Contrario a otros momentos, en que se mostraba entusiasmado acompañando a las tropas con su escopeta de pistón al hombro, se había apartado de la multitud que conducía el cadáver, y dejaba la impresión de que sentía repugnancia por lo que había presenciado

Contó, dónde y cómo cayó el expedicionario, sus características físicas y su valentía. Confirmó que el hombre era tuerto y en su relato reflejaba que llegó a sentir admiración por aquel hombre. Dijo que el cadáver lo habían colocado en un palo y lo bajaron al hombro de la montaña y que algunas personas, a las que catalogó de cobardes, se acercaban al cadáver para golpearlo.

Los disparos continuaban mientras tío Gero permanecía en casa, luego de haberse separado de la caravana que se dirigía triunfante, hasta donde le esperaban los vehículos que llevarían de regreso los soldados. Al pasar por cada pobladito se detenían para que la gente presenciara el cadáver de aquel hombre desconocido que tuvo el valor de inmolarse defendiendo las causas libertarias de nuestra América Morena. Así concluyó en mi campo de origen lo que nuestra gente conoció como la “invasión de los barbudos”.

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