sábado, 28 de septiembre de 2013

El muerto “era un vivo”


Les voy a entregar este relato de mi libro "La fuerza  de los debiles", como regalo de fin de semana. Disfrutenlo.


El muerto “era un vivo”
Un acontecimiento que siempre he recordado y que me hizo comprender la verticalidad y firmeza de mi madre en sus creencias, ocurrió con su hermana Luisa, quien había padecido y superado una enfermedad de trastornos psiquiátricos. Vivía en una casita muy apartada, casi en la falda de la  loma de la Prieta, integrada al trabajo, a la iglesia y  a la crianza de una nieta y su hijo menor.
Resulta que un domingo en la mañana, mientras se impartía el culto, todos observamos que tía Luisa estaba muy preocupada y nerviosa, lo que nos hacía pensar que podía tener una recaída en su quebranto.
Al término del culto, mamá llamó a tía para percatarse de lo que le estaba ocurriendo. Ella le contó que durante las últimas noches había estado recibiendo la visita de alguien que la llamaba y le decía ser el espíritu de su abuelo Basilio Medina, quien había fallecido hacía muchos años. El muerto le señalaba que se encontraba “deambulando por el mundo” y que sólo estaría en paz cuando ella, junto a otro señor vecino suyo, sacara una “botija”40 que había enterrado en vida.
                                                                                                
Mamá inmediatamente cogió la seña, y sospechó  que se trataba de una artimaña de un “vivo” para obtener algún propósito con su hermana. Le dio ánimo  y le dijo que con la ayuda de Dios, resolverían ese problema.
Luego de la comida, Digna, nuestra hermana mayor, partió con tía para  dormir en su casa y cumplir las instrucciones  que mamá le había impartido, percatarse bien de los hechos  para traer más  informaciones sobre lo que estaba ocurriendo.
Cuando Digna regresó al día siguiente llegó aterrorizada, el drama que se presentó  esa noche cuando “llegó el muerto” le provocó un miedo aterrador. Contó lo ocurrido y mamá no vaciló, por el contrario reafirmó  su posición de que se trataba de “un vivo”; y de inmediato puso en marcha un plan para “agarrar el muerto de Luisa”. 
Ese mismo día, cuando comenzaba a oscurecer, partimos hacia la casa de tía, que se encontraba a una distancia de alrededor de un kilómetro, camino a la loma. Le acompañábamos Josué, Digna, Aracelis y yo; así como un señor que trabajaba en nuestra parcela, que le decíamos “Colás Merejo”.  En el caso de mi hermano y yo, éramos jovencitos de 15 y 17 años aproximadamente, que habíamos madurado a destiempo con el trabajo y respetados por todos, tanto por nuestro comportamiento como por el valor que nos atribuían.
Cuando íbamos  en el camino nos encontramos con tío Gero, que venía de cazar con su escopeta. Mamá lo invitó a que nos acompañara, Éste aceptó  con mucho gusto la invitación, aún sin mamá darle detalles del plan que había diseñado.
Yo no estaba tan seguro, como mamá, de que todo iba a salir bien. Antes de que Digna diera su versión, yo pensaba que podía ser que la salud de tía se estaba deteriorando y lo que decía escuchar era el fruto de su imaginación. Pero al mismo tiempo, aunque mi hermana había confirmado la certeza de lo que tía decía, no percibía que ella estaba tan convencida, como mamá,  de que no se trataba de algo extraño.
Cuando cruzamos un arroyo,  en la ruta hacia la casa de tía, Josué se me acercó  y me susurró al oído que debíamos tomar algunas piedras, para llevarlas “por si acaso”. Me acogí a su sugerencia y tomé dos piedras casi redondas, que pesaban aproximadamente media libra cada una.
La casa estaba situada  en un lugar muy oscuro, en medio de un cacaotal. Cubierto, además, por frondosas matas de aguacate, mango y otros árboles. Cuando llegamos al lugar, ya tía estaba encerrada en su habitación con los dos pequeños que vivían con ella. Se percibía un gran silencio en todo el entorno. Las hojas de los árboles ni siquiera se movían, por falta de brisa. El bullicio habitual de los pájaros e insectos, muy común en los anocheceres, tampoco se escuchaba.
A nuestra llegada, Josué le solicitó  a mamá que nos permitiera quedarnos afuera, escondidos en las matas de cacao, para atacar con las  piedras que llevábamos, al “muerto” cuando se aproximara. Esta petición  fue negada, ordenándonos entrar juntos a los demás al aposento de la casa. Josué aceptó “a regañadientes” la orden impartida. Yo en cambio, creo que fui el primero en entrar al cuarto.
La vivienda estaba  construida con materiales rústicos (tablas de palma, yaguas y palos) y el piso de tierra. Tenía dos compartimentos, uno que se utilizaba como dormitorio, cerrado con una puerta de madera y la otra parte que era como la sala comedor. Esta parte no estaba cerrada, aunque tenía dos espacios para puertas y uno para ventana.
Estando todos encerrados en la pequeña habitación, no pasó mucho tiempo para que se recibieran las primeras señales que anunciaban la presencia del “muerto”. Tal como Digna nos había contado, se escuchó un sonido parecido al de un puñado de monedas que se dejaban caer  de una mano a un recipiente metálico, como un jarro de aluminio.
El sonido se escuchaba repetidas veces y cada vez más claro en la medida que se iba acercando. Una vez entró a la casa y se colocó frente a la puerta del aposento, el sonido se oía  con mayor claridad: Klin klin klin, klin klin klin. Confieso que se me engrifaron los pelos, las rodillas comenzaron a  temblarme y sentía el corazón  que me palpitaba como si fuera a salirse del  pecho.
De inmediato, siguiendo el plan que mamá había trazado, se inició el siguiente dialogo:
− ¿Quién es?−, preguntó tía,  respondiendo de inmediato una voz un poco ronca.
−Tú sabes.
−Yo no sé nada. ¿Quién es?−.  Repitió tía.
−Aquí anda Basilio Medina−, respondió a seguidas la voz.
− ¿Y qué es lo que quieres? −, le preguntó tía en forma muy decidida.
 −Quiero que tu y H... saquen una botija que tengo enterrada.
− ¿Y por qué tengo que ser yo? − añadió tía Luisa.
− Es que me encuentro deambulando por el mundo y no tendré paz  hasta que  ustedes saquen esa botija−, prosiguió “el muerto”.
− ¿Y dónde está esa botija? − Le preguntó ella.
 −Está en el tronco de la mata de caimito que hay en Los Medina, al lado de donde estaba la casa en que nosotros vivíamos, -le respondió él.
− ¿Y qué tengo que hacer?−, le inquiero tía:
− Ponerte de acuerdo con H...  para que la saquen y la dividan entre los dos.
− ¿Y qué más tengo que hacer?−,  continuó  preguntándole la tía:
−Cuando vayan a sacarla, tienen que llevar tres velas, rezar cinco Padrenuestros y siete Avemarías –le respondió el muerto.
−Pues yo estoy dispuesta hacer lo que sea para resolver esta situación−,  le dijo tía al muerto.
− Si, pero hay otra cosa−, agregó el muerto.
− ¿Y cuál es esa cosa? −, le requirió tía.
− Bueno, que tú tienes que acostarte primero con H... y luego sacar la botija.
−Pues no hay problema yo lo que quiero es resolver esto−, preguntándole a seguidas.
− ¿Y qué tengo que hacer ahora?
− “Pues, machete a la oreja”41, le respondió él de inmediato.
Llegado este momento, la puerta se abrió y quien salió de ella fue mamá, encontrándose con el señor H... parado frente a ella. Al encontrarse descubierto emprendió la huida, pero mamá lo siguió y lo obligó a tener una larga conversación que giró, me imagino, alrededor  de la salud de tía y su responsabilidad si la misma se deterioraba.
Por mi parte, no sé los demás, tengo que admitir que durante el diálogo entre tía y el “muerto”, temblaba de miedo. Estábamos encerrados en un cuarto oscuro y no  podíamos vernos entre sí. Pero de una cosa si estaba agradecido. Que mamá no haya aceptado la propuesta de Josué de que nos quedáramos  afuera él y yo.
Regresamos victoriosos a la casa, disfrutando la hazaña que habíamos realizado, pero cuando llegamos, mamá  se reunió con nosotros y nos encomendó que no debíamos comentar con nadie lo ocurrido. Creo que hasta este momento yo cumplí con el compromiso que asumí.




40 Botija: Nombre dado a un “tesoro” que se decía había  enterrado una persona y que luego perdió  su ubicación o  falleció, dejando el tesoro en un lugar desconocido.

41 Machete a la oreja: Expresión que se emplea para significar: “Vamos a lo que vinimos.”

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