viernes, 8 de noviembre de 2013

Les dejo con este relato inédito, escrito hace 3 años: !Ahora, los viejos somos nosotros¡

¡Ahora, los viejos somos nosotros!
En los últimos tiempo, ya no me gusta manejar, por eso cada vez que puedo utilizar los servicios de mi hijo en esa tarea, no pierdo la oportunidad. Por los problemas de estacionamientos prefiero que él me lleve a la oficina, y cuando debo retornar, si no encuentro con quien volver, lo llamo para que me recoja.
Recientemente me encontraba en la oficina acompañado de un amigo y compañero de trabajo, esperando ansioso la entrega del cheque correspondiente al sueldo del mes. Al recibir el mismo, llamé a mi hijo para que me llevara al banco a realizar el cambio para proceder a cumplir con los compromisos que tenía pendientes. Mi hijo  llegó con rapidez, y con él me dirigí al banco en compañía de mi amigo, quien aunque tiene un chofer, prefirió que fuéramos juntos a hacer la transacción, por aquello del compañerismo y la oportunidad de compartir.  Nos quedamos en la puerta de la plaza comercial, mientras el joven se las arreglabas para encontrar un parqueo para el vehículo.
Cuando estábamos en la fila del banco, llegó mi hijo y se sentó en una de las butacas del salón a esperar por nosotros. Se mantenía manipulando su BB, y con un audífono, supongo que escuchando música. La fila casi no se movía y mi amigo y yo aprovechábamos para conversar de diferentes temas. En un momento hizo su entrada al banco una joven mulata, casi blanca, y de pelo largo y lacio, con una escultura de esas que Bienvenido Rojas dice que parece que fueron mandadas a hacer a manos. Mi amigo y yo nos miramos sin emitir comentario, y pudimos observar que a su entrega a todos los “varones” se  les corto la respiración.
La joven se despojó de sus gafas, en Dominicana no se acepta que entren a los bancos personas con gafas oscuras, y se dirigió a donde estaba mi hijo y le se saludaron de besos en las mejillas. La chica le preguntó a mi hijo que hacía en el banco, y este le respondió: “vine a acompañar a mi viejo que está cambiando un cheque”, indicando hacia mí, y la muchacha me dirigió la mirada,  y me saludo con una sonrisa y un gesto que dejaba ver su amabilidad y complacencia por conocer el padre de su amigo. Confieso que me chocó que mi hijo me catalogara como viejo, y a mi amigo también le molestó  el término, quizás porque ambos tenemos más o menos la misma edad y lo de viejo también aplicaba para él.

Transcurrido el protocolar ritual entre los dos jóvenes, la muchacha se dirigió a una de las oficiales del banco y mi hijo retornó a su asiento a manipular  como si nada su BB. Mi amigo y yo concluimos nuestras operaciones en el banco y los tres abandonamos el establecimiento. Ya afuera le preguntamos quien era la joven, y este nos respondió que se trataba de una compañera del colegio, la novia de un amigo suyo. Mi amigo aprovechó para reprimirle aquello de llamarme viejo. No obstante yo de ese episodio saqué la siguiente conclusión: ¡Es cierto, ahora los viejos somos nosotros! 

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