martes, 5 de noviembre de 2013

Articulo publicado en junio del 2006 sobre la profanacion de tumbas



Debería Darnos Vergüenza


La profanación de tumbas en cementerios del Distrito Nacional y de otros lugares del país, constituye una vergüenza  que refleja la incapacidad e irresponsabilidad con que se manejan algunos asuntos en la República Dominicana.
Confieso que siento pavor e impotencia  por tener que dedicar este observatorio a un tema que tiene más de diez años siendo denunciado por diferentes medios y todo parece indicar que las autoridades competentes  lo perciben como uno más de los problemas para los que no tienen solución.
En los últimos días  el tema lo traído a colación la señora Maria Estela Ducoudray Núñez, denunciando que la tumba de su madre fue profanada  en el cementerio Cristo Redentor, al tiempo que solicita de las autoridades  “la asignación de vigilancia para preservar la tranquilidad donde descansan los difuntos”.
A la profanación de tumbas, para robar los ataúdes de alto valor se agrega el robo de tarjas y otros artículos de metal, las puertas y rejas de las bóvedas, la falta de limpieza  y verjas de protección , la ausencia de vigilancia permanente, etc., etc.
A propósito de esta denuncia me permito reproducir una  nota que conservo como parte de una experiencia vivida en el cementerio de la avenida Máximo Gómez, en el años 1996. Veamos:
“Una mañana de primavera, específicamente en el mes de febrero, acudí al camposanto de la avenida Máximo Gómez, para acompañar a mi esposa en el sepelio de un pariente suyo que había fallecido en la ciudad de Nueva York.
El cielo estaba gris y el sol brillaba a pesar de la llovizna  que caía  sobre el camposanto. Los parientes y amigos caminaban por estrechos callejones, tratando de conducir el ataúd  hasta la bóveda donde se depositaría  el féretro.
Debido a mis problemas de artritis opté por buscar protección de la mollina en el  alero de  una las bóvedas que hay en el referido el cementerio. Mientras la lluvia caía, algunos de los convidados optaron por refugiarse en el mismo sitio en que me encontraba. Escuché a una señora comentar: “Ese era un muchacho trabajador”, en alusión a la creencia popular de que cuando muere un hombre de trabajo, siempre llueve.
Todavía en el alero, oí  un señor decir en voz alta, casi gritando: “Rómpanla, rómpanla”. Ante la insistencia del hombre, Salí del lugar donde me encontraba para percatarme de lo que sucedía. Pensé que los que conducían el ataúd habían llegado a un sitio muy estrecho que le impedía continuar el paso hacia donde sería colocado para su eterno descanso.
El hombre” volvió a repetir: “rómpanla”, y a seguida completó la frase diciendo: “rómpanla que se la roban”. Se refería a que rompieran la caja  en que estaba depositado el cadáver.
Cuando logré colocarme a unos cuantos metros de donde estaba la tumba observé a un obrero que golpeaba con un martillo el ataúd por todos los lados, con el aparente consentimiento de los parientes,  dejándolo prácticamente destruido antes de introducirlo al nicho en que fue colocado. Debo admitir que nunca en mi vida había visto cosa similar”.
Como puede verse la macabra práctica de profanar las tumbas para sustraer los objetos de valor se ha convertido en una rutina que tiene ya varios años.
Ahora bien, yo me pregunto: ¿qué explicación pueden tener los responsables del mantenimiento y cuidado de los camposantos para justificar que  estos hechos  se reproduzcan con tanta frecuencia? ¿Qué difícil puede resultar buscar una solución definitiva a estos  bochornosos acontecimientos? ¿Qué costo puede tener la puesta en ejecución de un plan de mantenimiento y vigilancia de  esos lugares? ¿O es que los  responsables han perdido la sensibilidad humana?
 No puede haber excusas válidas, los responsables de estos establecimientos tienen que disponer de medidas urgentes para solucionar esa vergonzosa  situación. Tanto los administradores de los cementerios, como los síndicos e integrantes de las Salas Capitulares de los cabildos, no pueden seguir indiferentes frente a un problema que es de sus competencias. Lo mismo puede ser extensivo a la Policía Nacional, como responsable de salvaguardar el orden público.
 Debería darnos vergüenza el hecho que entrado el siglo veintiuno todavía tengamos pendiente  resolver asuntos tan sencillos y elementales como el enterrar a los muertos.
 Quizás sea bueno traer a colación un anuncio publicitario que se hizo popular en la recién pasada campaña electoral, en el cual un joven aparecía en una destartalada avenida al lado de un hoyo, diciéndole al síndico de su comunidad que las autoridades se eligen para resolver los problemas y que el que no esté en capacidad de hacerlo “simplemente que deje eso”.
  El autor es Licenciado en Ciencias políticas. VERSION EN EL NUEVO DIARIO.
Autor: Ismael Cruz Medina

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