sábado, 16 de noviembre de 2013

Lectura para el fin de semana. Un fagmento de mi libro Entre Cardos Y Sombras

http://www.scribd.com/doc/30488457/Sombras-Ultima-Version-Corregida (Para ver la obra completa, abrir este link)

Lágrimas en Santa Elena.
Doña Julia se levantó bien temprano a preparar el desayuno para ir a cumplir con sus obligaciones en el liceo. Don Eduardo y Eduard permanecían acostados. El primero había permanecido hasta altas horas de la noche escuchando noticias, y Eduard se había acostado después de la medianoche, luego de regresar de la casa de Alicia. Además, el sueño lo había vencido como resultado del agotamiento provocado por los ajetreos del día anterior.

Aproximadamente a las 7:00 AM, doña Julia escuchó que alguien tocaba a la puerta y se acercó para percatarse de cual sería la visita que llegaba tan temprano. Para  su sorpresa, al abrir una de las persianas observó que se trataba de varios agentes policiales. Doña Julia les preguntó de inmediato:
− ¿Que desean?
−Hemos venido a revisar la casa −le respondió uno de los agentes.
− ¿Y cuál es el motivo? −le requirió doña Julia.
−Tenemos órdenes superiores de hacer un chequeo a la casa −reiteró un oficial acercando su cara a la persiana que doña Julia mantenía abierta.
−Pues aguanten un momento para comunicárselo a mi esposo −le expresó la dama, retirándose de la persiana luego de cerrarla, y se dirigió  a informarles a Eduardo y a su hijo lo que estaba aconteciendo.

El primero en recibir la información fue don Eduardo, quien sin pronunciar palabras abandonó la cama y se dirigió a comprobar por si mismo la desagradable noticia que le acababa de comunicar su mujer. De inmediato se percató que la vivienda estaba rodeada de efectivos policiales fuertemente armados.

Eduard, que todavía estaba dormido, muy ajeno a lo que sucedía, fue sacudido por su madre para comunicarle de la infortunada visita. Éste  se unió a su padre, y en poco segundos los tres se encontraron reunidos en medio de la sala analizando la situación. Se pusieron de acuerdo, ante el apremio del tiempo,  que debían actuar con prudencia para no dar pretextos  a los agentes para que cometieran acciones  violentas. En tanto que los policías comenzaban a dar muestra de desesperación, amenazando con derribar la puerta si la misma no era abierta de inmediato.
−Se la vamos a abrir −respondió una atribulada madre−; pero por lo menos déjennos vestir.

−Abra la puerta en seguida, si no quieren que la derribemos −reiteró el oficial.
−A lo mejor  están destruyendo las evidencias. Se escuchó decir a uno de los policías.

Esta expresión indignó a Eduard, quien se dirigió a su cuarto, tomó una cinta que contenía canciones de Pablo Milanés, y colocó en la casetera del aparato de música, a todo volumen, la canción “La vida no vale nada”, la cual se comenzó a escuchar:

La vida no vale nada
si no es para perecer
porque otros puedan tener
lo que uno disfruta y ama.

La vida no vale nada
si yo me quedo sentado
después que he visto y soñado
que en todas partes me llaman.

La vida no vale nada
cuando otros se están matando
y yo sigo aquí cantando
cual si no pasara nada.

La vida no vale nada
si escucho un grito mortal
y no es capaz de tocar
mi corazón que se apaga.

La vida no vale nada
si ignoro que el asesino
cogió por otro camino
y prepara otra celada.

La vida no vale nada
si se sorprende a mi hermano
cuando supe de antemano
lo que se le preparaba.

Al escuchar la canción, los agentes se pusieron nerviosos y seguían profiriendo amenazas para que les abrieran la puerta. La tensión de los policías aumentaba en la medida que se fue aglomerando una gran cantidad de personas alrededor de la vivienda, entre ellos estudiantes que lanzaban consignas en contra de los agentes y del presidente Balaguer.

Los agentes irritados por el sonido de la canción, y las protestas de los estudiantes, optaron por arrancar el cable de la energía para cortar el servicio eléctrico a la vivienda y así evitar que la canción se  continuara escuchando.

Cuando la canción dejó  de sonar, Eduard se dirigió a la puerta de entrada y la  abrió “de par en par”. De inmediato dos agentes se abalanzaron sobre él  apuntándole con sus armas y colocaron sobre sus manos un juego de esposas, ante las miradas de unos padres impotentes, disimulando su ira mientras presenciaban la escena.

Don Eduardo estaba sumamente encolerizado, aunque  se mantenía en  calma obedeciendo a la decisión que habían tomado de mantener la cordura. No quería dejar ver ningún gesto que se  interpretara como un refunfuño que les diera motivos a los agentes para justificar excesos y arbitrariedades. Doña Julia en cambio seguía los pasos de los policías que se movían por el interior de la casa.

Un agente custodiaba al joven esposado, quien se dejó caer en un sillón que había en la sala, mientras otros dos agentes, entre ellos un oficial, volteaban los ajuares de la casa, especialmente el cuarto de Eduard, de donde tomaron libros y otras literaturas, discos, cintas y algunos afiches, así como la mochila y todas las pertenencias que esta contenía (una frazada, una cantimplora,  un cuchillo deportivo, un mapa, una brújula y un botiquín casi inservible, entre otras cosas).

Cuando los agentes concluyeron su búsqueda y se disponían a partir, doña Julia le pidió al oficial que comandaba el operativo que le  permitiera a Eduard tomar el desayuno. El militar accedió  a la solicitud, pero Eduard rechazó la oferta.

Ya consumado el hecho y Eduard reducido a prisión, los agentes convencidos de que habían encontrado evidencias para incriminarlo, el contingente policial se dispuso a iniciar la retirada. Pero fuera de la casa la  situación se  tornaba complicada, la cantidad de personas  había aumentado y los estudiantes arreciaban las protestas, a pesar de que eran contenidos por algunos agentes para que se mantuvieran distanciados del área donde se desarrollaban los acontecimientos.

Siendo aproximadamente las 8: 15, los policías decidieron  abandonar la casa  con el prisionero. Don Eduardo le preguntó al oficial si podía acompañar a su hijo. El oficial le respondió negativamente, aunque le dijo que Eduard sería llevado al Cuartel General de la Policía, donde  podían llevarle comida, ropa o cualquier otra cosa  que consideraran, al tiempo que le garantizó a ambos padres que su hijo recibiría buen trato.

Dos agentes tomaron a Eduard cada uno por un brazo. Doña Julia se acercó a su hijo, lo abrazó y le dio un beso, dejando escapar  de sus ojos algunas lágrimas. El joven sintió deseo de abrazar a su madre, pero la atadura de las manos se lo impidió, miró a su madre a los ojos y le dijo:
−No te preocupes mamá que todo va a salir bien.
−Lo sé  hijo mío, Dios te protegerá −agregó la madre.

Don Eduardo, por su parte, no  despidió a su hijo, solamente pudo decir:
−Hijo, nos vemos en el cuartel.

Concluido ese diálogo, el oficial cruzó la puerta de salida, le seguían los dos agentes con el prisionero esposado y tomado de los brazos. Al bajar los escalones que daban a la calle, Eduard miró al frente y vio a Alicia, vestida con el uniforme escolar, que se encontraba junto a su madre, su hermanita Lucy y su amigo Joselito. Doña Lucía tenía abrazada a su hija Lucy y Alicia sostenía a Joselito. Eduard alzó la cabeza y emitió  una sonrisa, intentó levantar la mano derecha para saludar y despedirse de su novia y los demás, pero las ataduras  sólo le permitieron simular el gesto. Alicia lo miraba fijo, como no queriendo perderse el menor de los detalles. Lucía y su hija menor no podían ocultar las lágrimas, en tanto que Joselito estaba nervioso e impaciente.

Mientras Eduard era introducido en uno de los vehículos, los agentes que contenían a los estudiantes se movilizaron para abordar los automóviles que los llevarían de regreso, lo  que fue aprovechado por los jóvenes para avanzar sobre los policías lanzando consignas y atacándolos a pedradas. En la huída algunos agentes arrojaron varias bombas lacrimógenas para impedir el avance de los estudiantes. Joselito que se encontraba a pocos metros de los vehículos, estalló en ira y corrió detrás de los autos lanzándoles  piedras mientras estos abandonaban el lugar.

Así dejaba Eduard a Santa Elena, luego de permanecer en el pueblo por espacio de 10 días. Allí había cultivado buenos amigos y sobre todo conocido a Alicia la que le produjo una transformación en su vida. Mientras   dejaba atrás el poblado, mantenía viva la escena que presenció al salir de la casa, en la que su amada junto a su familia y su amigo Joselito esperaban el desenlace de los acontecimientos. Le reconfortaba el hecho de que Alicia, a pesar de que se mantuvo atenta, no derramó ni una sola lágrima ante la presencia de los verdugos. Es valiente, se decía para sí.

***

Con la partida de Eduard, la multitud que se había congregado alrededor de la casa, comenzó a dispersarse, la mayoría lloraba,  aunque no era posible determinar  las lágrimas que obedecían al sentimiento producido por el arresto del joven estudiante, de las que fueron provocadas por los efectos de los gases emanados de las bombas lanzadas por los agentes; pero lo cierto es que Santa Elena fue humedecida por las lágrimas de sus hijos.

Los estudiantes se marcharon en dirección al liceo lanzando consignas contra el gobierno, los policías, y en demanda de la libertad del joven detenido. En tanto que Alicia y su madre cruzaron la calle y entraron a la casa de los padres de Eduard. Era la primera vez que la joven tenía la oportunidad de verse frente a doña Julia y don Eduardo. Luego de ella  meterse en amores con Eduard, evitaba encontrarse con la directora  del liceo; pero esta vez  asumía la firme determinación de enfrentarse a los padres de su novio.

El primero en recibir a Alicia fue don Eduardo, quien la abrazó  y  la alentó diciéndole que no se preocupara y que mantenga la confianza en que todo  saldría bien, porque su hijo no tenía nada pendiente con las autoridades.  Aunque no podía pronunciar palabras Alicia sintió que por primera vez las lágrimas  humedecían sus ojos, aunque trató de contenerlas.

Luego se acercó a doña Julia, y ambas se confundieron en un abrazo cargado de emoción y sentimiento. Ninguna de las dos expresaron palabras,  tampoco pudieron contener las lágrimas. Se mantuvieron abrazadas por varios segundos, hasta que don Eduardo se acercó para señalarle a su esposa que había que preparar el bulto para él partir hacia el cuartel general.
−Vamos  hija −le dijo doña Julia Alicia, quizás sin proponérselo−, ayúdame a preparar el bulto de Eduard.

Las dos entraron al cuarto del joven, el cual se encontraba completamente desarreglado, como resultado de los registros llevados a cabo por los agentes policiales en su búsqueda de pruebas para acusarlo. Doña Julia comenzó a recoger algunas de las pertenencias de su hijo que estaban desperdigadas por toda la habitación. Alicia miraba por todo el interior, descubriendo cosas de Eduard que no conocía e impresionada por el desparpajo que arropaba todo el cuarto.
−Toma ese bulto para introducir las cosas que le vamos a enviar −le dijo doña Julia a Alicia.
−Aquí está −respondió la joven, siendo esas las primeras palabras que pronunciaba después de entrar a la casa.

La madre comenzó a tomar algunas prendas, las cuales entregaba a Alicia para que las introdujera en el bulto. La joven observó sobre la cama el polo-shirt color rojo que le había regalado a Eduard la noche anterior, con motivo del día de los enamorados. Lo tomó en sus manos y lo estrechó entre sus brazos, acercándolo a su nariz para hurgar si conservaba el olor del perfume que Eduard llevaba esa noche cuando al recibirlo se lo puso para probar como le quedaba. Doña Julia al advertir  la curiosidad de la muchacha por la prenda, le dijo: “colócala  en el bulto”. Hasta ese momento  ella no sabía nada acerca de la procedencia del polo-shirt, el cual no había visto nunca antes.
−Pongámosles su juego de ajedrez−, le sugirió Alicia con palabras entrecortadas.
−Gracias por recordármelo, ese juego es parte de su vida −le interrumpió doña Julia.

Cuando las dos mujeres terminaron de preparar el bulto, Alicia  recordó algo que expuso uno de los jóvenes en el encuentro del amor y la amistad que había tenido lugar el día anterior. Éste había dicho que Valentín era un personaje que se dedicaba a llevar cartas de amor a los prisioneros y que de ahí viene que en su honor  se haya instituido el día de San Valentín o de los enamorados.

Alicia se arrimó a una mesita en la que se encontraban, completamente desordenados, los libros y  papeles de Eduard que los policías no se habían llevado. Tomó una hoja de papel y un lapicero y escribió una nota. La dobló con delicadeza y la introdujo disimuladamente  dentro del tablero del ajedrez que se encontraba en el bulto.
−Tenemos que prepararle algo de comer −expresó doña Julia, dirigiéndose a la cocina, seguida por Alicia.


Mientras preparaban los alimentos, don Eduardo apresurado le recordaba que el tiempo avanzaba y él debía partir. Las dos mujeres aceleraron la preparación del desayuno y finalmente se lo entregaron en una bolsa junto al bulto que contenía la ropa y otros objetos. Éste  se despidió dándole un abrazo a su mujer y otro a Alicia, y diciéndole que  se ocuparía de todo y pidiéndoles que estuvieran tranquilas que él las mantendría informadas de todos lo que ocurriera. Partió hacia el parque donde esperaba encontrar un vehículo que lo llevara a su destino. Doña Julia y Alicia lo miraban mientras se alejaba por la calle con los dos paquetes en sus manos.


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