Encuentro del amor y la amistad
El 14 de febrero, fecha en que se celebra el día de San Valentín o de los enamorados, los jóvenes del pueblo
organizaron un “pasadía” en el río Santa Elena, situado aproximadamente a unos
500 metros del poblado. Allí se congregaría una gran cantidad de muchachos y
muchachas para celebrar juntos lo que denominaron “El Encuentro del Amor y la Amistad”.
Los organizadores establecieron una cuota de colaboración para cubrir los
gastos del evento, entre ellos el de un almuerzo que se proponían preparar en
el mismo río. Eduard, por sugerencia de Alicia, se inscribió junto a su amigo Joselito para asistir a la
actividad.
Alrededor de la nueve de la mañana, Eduard y Joselito se preparaban para
partir al encuentro. Irían primero donde Alicia, con quien se dirigirían al río
donde tendría lugar la celebración. Antes de partir, Eduard se puso de acuerdo
con su madre para que se encargara de buscarle un presente para agradar a su
querida Alicia en el día de los enamorados.
Eduard llevaba consigo una vieja mochila que contenía algunos de los
materiales y prendas que utilizaba cuando formaba parte del grupo de Boys
Scouts, durante sus años de adolescencia. Entre las pertenencias había una
frazada color verde olivo, un cuchillo deportivo y una cantimplora llena de
agua fría, a los que agregó una toalla y un traje de baño, así como un juego de
ajedrez. Joselito introdujo en el bulto una toalla y un pantaloncito corto que
utilizaría para bañarse.
Al llegar a la casa, Alicia los
esperaba ansiosa, debido a que los demás compañeros y compañeras se habían marchado,
incluyendo su hermanita Lucy. Ella
llevaba puesto un pantalón Maoma casi rosado, una blusa color rojo y una gorra
tipo visera con el pico rojo y transparente.
A su entrada Alicia jubilosa lo recibió con besos y abrazos y expresó:
−Muchas felicidades cariño.
También se acercó a Joselito y le dio un fuerte abrazo y un beso. Eduard
estaba un poco confundido con toda la
amabilidad y alegría que irradiada la
muchacha, por lo que se animó a preguntarle:
− ¿Ya estás lista, podemos partir?
−Claro que sí, ya los demás hace rato que se fueron −le respondió la
muchacha.
−Pues vamos −agrego Eduard.
− ¿Y no vas a felicitar a mami y abuelita?
−Claro que sí, ¿dónde están ellas? − reaccionó Eduard.
Fue entonces cuando el joven universitario comprendió que toda la ceremonia
del recibimiento de que había sido objeto por parte de su novia se debía a la
ocasión de celebrarse el día de San Valentín o de la amistad. Y así siguiendo a
Alicia se acercó a las dos damas y las felicitó con besos y abrazos.
Concluidas las felicitaciones, los tres jóvenes salieron rumbo al río donde
esperaban juntarse con los demás integrantes del grupo. Alicia llevaba un
pequeño bulto con sus prendas, el cual fue cargado por Eduard, tomando en
cuenta que Joselito se había hecho cargo de la vieja y anticuada mochila de
Eduard que contenía las pertenencias de ambos. El camino era irradiado por los
rayos ascendentes de un sol resplandeciente. Algunos conductores se detenían
para encaminarlos, pero Eduard le respondía: “gracias, queremos caminar para
hacer ejercicios”.
Cuando se aproximaban al punto seleccionado para el encuentro divisaron una
gran cantidad de personas con prendas de
vestir color rojo, que daban un
impresionante colorido al lugar donde se
encontraban. Eduard fascinado por la impresión que les provocaron las
tonalidades, disimuladamente tiró una
ojeada a la blusa que llevaba Alicia y comprendió el motivo que tenía para llevar esa vestimenta.
El lugar seleccionado para aparcar no podía ser más atractivo. Estaba
situado a la orilla del río, cuyas aguas cristalinas se deslizaban entre piedras y rocas, creando
burbujas y emitiendo un sonido relajante dentro de un ambiente placentero.
Los jóvenes se encontraban reunidos debajo de las sombras de varios anones
y javillas, que además de proporcionarles su abrigo, les ofrecían a los convidados algunas de sus descubiertas raíces
para sentarse. En tanto que otros se colocaban sobre las piedras blancas o la
arena pedregosa que engalanaban el entorno, el cual se complementaba con un pozo rectangular y
cristalino que reposaba sereno al final
de la pendiente que formaba la encantadora chorrera. A las orillas del río se extendían
largos matorrales de eneas verdes y
matas de pomo, de las cuales los jóvenes
maroteaban sus exóticas y dulces frutas.
A la llegada, un comité de recepción integrado por varias jovencitas les
dio la bienvenida. A Eduard y a Joselito le fue colocado en el lado izquierdo
del pecho, sujeto con un alfiler, un distintivo elaborado con
una cinta roja en forma de una letra E manuscrita. En tanto que a Alicia le prendieron, en el mismo sitio, un
corazón del mismo color, confeccionado en una gruesa cartulina. Colocados los
souvenir, se confundieron en abrazos y
congratulaciones con los muchachos y muchachas que resplandecían como muestra del gran amor y la amistad que los unía.
Un grupo de jóvenes trabajaba en la habilitación del área donde se
prepararía el almuerzo, en tanto que otros recorrían la playa y trepaban
árboles tratando de acopiar una buena
cantidad de leña para encender los
fogones que serían dispuestos para cocinar los alimentos. Eduard estaba hipnotizado
con la belleza del lugar. Miraba a todos lados tratando de ubicar un sitio
adecuado para establecer su posada.
***
Estando reunidos a la sombra de los frondosos árboles se escuchó el sonido
de un pito. Todos los presentes guardaron silencio y de inmediato una joven,
que estaba acompañada de unos cuantos más, expresó:
−Bienvenidos a este encuentro del amor y la amistad−. Y prosiguió diciendo:
−Esta actividad tiene como objetivo estrechar los lazos de afecto entre los
jóvenes de Santa Elena. Diferente al año pasado, que hicimos un intercambio de
regalos. Esta vez hemos escogido este hermoso lugar para manifestarnos el
cariño y la amistad que nos une, en contacto con la belleza de la naturaleza.
Pónganse cómodos y disfruten de los encantos de este bello paisaje. −Concluyó
la muchacha.
Luego intervino otro joven para explicar el programa que se iba a
desarrollar durante todo el día. Recordó
las responsabilidades que cada quien tenía para el desarrollo de la actividad,
exhortando a cada uno a cumplir con el papel que se le había asignado. Concluyó
diciendo:
−La parte estelar del encuentro se iniciará a partir de las dos, hora en
que nos reuniremos para llevar a cabo un pequeño acto, donde cada uno tendrá la
oportunidad de expresar lo que siente y lo que cree con relación al día que
festejamos.
Los jóvenes se fueron ubicando en diferentes espacios alrededor del
lugar, unos se lanzaron al río a tomar
un baño, otros se congregaron para jugar algunas partidas de cartas, dominó,
monopolio, parché y otros juegos que habían llevado consigo. En tanto que unos
cuantos, más aventureros, se decidieron por lanzarse río abajo en busca de
pescar algunas presas metiendo las manos debajo de las piedras y penetrando en
los escondrijos de los peces.
Eduard, Alicia y Joselito convinieron en instalarse alrededor de unos pequeños arbustos que estaban situados en el
tronco de uno de los anones. Allí tendieron la frazada y colocaron sus
pertenencias sobre la misma. Ya
instalados, Alicia fue notificada que debía incorporarse a los trabajos de la
cocina, integrándose de inmediato a la tarea que le asignaron.
Ante la partida de Alicia, Eduard y Joselito abrieron el tablero de ajedrez
y comenzaron a jugar una partida. Joselito había recibido algunas lecciones de
parte de su amigo y ya estaba en condiciones de mover las piezas, aunque en
ocasiones era corregido por su maestro cuando cometía un error infantil. Un
grupo de muchachos y muchachas, sobre todo amigos de Joselito, se fue colocando
en torno a los jóvenes para observar el desarrollo de la partida.
Concluido el juego, Eduard preguntó a los chicos que los rodeaban si
deseaban jugar. Ante la respuesta de que no sabían, les señaló que el juego era
bastante fácil y les invitó a que se integraran a una práctica para enseñarles
las reglas generales del juego. Todos aceptaron la propuesta y a seguidas
Eduard, comenzó a explicarles desde la composición del tablero, hasta el
nombre y los movimientos de las
diferentes piezas.
Eduard permaneció por más de una hora acompañando a los jovencitos y
viéndolos jugar entre sí, hasta que finalmente se levantó dejando a Joselito
continuar jugando con los chicos. Se dirigió al lugar donde se encontraba
Alicia acompañada de otras muchachas preparando el almuerzo.
Al acercarse al grupo encontró a Alicia sentada a la orilla del río sobre
una piedra gigante de color gris, y con los pies sumergidos en el agua. Tenía
los pantalones remangados hasta la altura de las rodillas. El sol se
reflejaba sobre el pico transparente de la visera irradiando un color rojo sobre su rostro. Parecía estar sofocada y sus ojos
estaban humedecidos como consecuencia de la humareda que se desprendía de los
fogones y que de vez en cuando era empujada por el viento hacia la delicada cara de la joven.
Alicia, junto a otras jóvenes, picaba un repollo para preparar una
ensalada. Rebanaba la legumbre con un
pequeño cuchillo e iba depositando las picaduras en una cacerola de
aluminio.
− ¿Puedo ayudar? −Preguntó Eduard a las muchachas.
−Si deseas te lo agradeceremos −respondió una de ellas.
−Claro que quiero −reaccionó éste sin titubeos.
Eduard se arrimó a la piedra en que se encontraba Alicia y observó que estaba haciendo el corte del repollo con un
cuchillo inadecuado, lo que hacía la tarea pesada y difícil.
−Permíteme −le dijo Eduard, señalando el cuchillo.
Al tomarlo comprobó que el mismo prácticamente no cortaba. Tomó la mano
derecha de Alicia y observó que la tenía roja a punto de causarle una
magulladura o ampolla.
−Esperen que creo que tengo un
“hierro” más adecuado para realizar este trabajo −. Les dijo, dirigiéndose
hacia donde estaban sus pertenencias.
Extrajo de la mochila su afilado
cuchillo, el cual estaba oxidado por el
tiempo en desuso. Se acercó a la orilla del río y comenzó a brillarlo sobre una
piedra utilizando, además, arena y
agua. Cuando terminó de limpiarlo, se acercó
a las muchachas y les expresó:
−Permítanme cortar el repollo que me temo que este cuchillo podría dejarlas
sin dedos.
Alicia le pasó el repollo y se ubicó a su lado con la cacerola, y Eduard
comenzó a picar la legumbre demostrando una agilidad que dejó boquiabierta a
las muchachas que observaban la destreza con que el joven manejaba la herramienta.
− ¿Acaso eres chef? –le preguntó una de las chicas que observaba la rapidez
y el estilo con que el joven picaba el repollo.
−Puedo cocinar, pero para mi es más fácil hacer estas picaduras −le
respondió Eduard.
En unos cuantos minutos Eduard había triturado los repollos que las
muchachas debían picar, por lo que optó por enjuagar otra vez su afilado
cuchillo y guardarlo nuevamente en su
arcaica mochila.
***
Pasado el mediodía, los excursionistas comenzaban a concentrarse alrededor
del lugar donde se había establecido el
campamento. Los valientes que se habían sumergido en las heladas aguas
del río, salían “tiritando de frío”
buscando desesperados los tibios rayos de sol para calentar su cuerpo.
Otros se fueron congregando alrededor de las mansas aguas del río, y jugaban a cuál deslizara una
piedra “piqueteandola” más veces sobre
la superficie de la charca.
Los aventureros, encabezados por Marcos, que se dirigieron a pescar,
retornaron con un bidón casi lleno de camarones. Entregaron la pesca a las jóvenes que estaban encargadas de la
cocina para que éstas las prepararan, lo que disgustó a las chicas que ya se
disponían a organizar el servicio del almuerzo.
Ante la reacción de las muchachas, Eduard se acercó a Marcos y le
sugirió que se encargaran de preparar
los camarones, porque “ya esas mujeres no quieren bregar más con cocina”.
Marcos aceptó la propuesta y comenzaron a discutir la forma en que los iban a
cocinar.
−Vamos a asarlos −señaló Marcos−, podemos utilizar los brasas del fogón que
todavía están encendidas.
−De acuerdo, pero primero debemos
hervirlos con un poco de sal para que no queden sosos −señaló Eduard.
−Excelente, pongámoslos en este caldero, −agregó Marcos, vaciando el
contenido de la lata en el caldero que sostenía en sus manos.
Mientras los camarones hervían, los dos jóvenes cortaban y pelaban varias
varitas de las ramas de los árboles, utilizando el afilado cuchillo de Eduard,
y comenzaron a preparar una parrilla o asador, colocando los palitos
entrelazados en un marco de aproximadamente 1.5 pies cuadrados. Para sostener
las varitas las amarraban con fibras que
habían extraído de una rama de anón, así como con algunos pedazos de alambre
que otros jóvenes les iban llevando, luego de descubrirlos explorando en el
sitio.
Muchos de los compañeros y compañeras de excursión, así como algunos
curiosos que se habían sumado a la convivencia, se mantenían atentos observando
el invento que estaban desarrollando los dos
jóvenes. Éstos luego de confeccionar el asadero, lo colocaron en cuatro
horquetas sobre las brasas del fogón y
depositaron parte de los camarones semi
cocidos para asarlos a fuego lento.
Rápidamente los camarones comenzaron
a “sofreír” y a derramar parte de su grasa sobre el
brasero, despidiendo un atrayente olor que invadía todo el ambiente. Los
presentes se acercaban para presenciar de cerca el manjar que los dos jóvenes
estaban asando y que los invitaba a saborear por lo menos uno de esos
apetitosos bocadillos. Eduard y Marcos
los complacían en la medida en que iban
sacando de la parrilla los rojos y tostados crustáceos.
Terminado el ritual alrededor del
improvisado asadero, aproximadamente a la una de la tarde, se procedió a
servir el rico almuerzo. El mismo consistía en un “locrio” de carne de cerdo,
acompañado de una deliciosa ensalada de repollo, aguacate y lechuga.
Luego del almuerzo los jóvenes se fueron congregando en pequeños grupos
para reposar un rato antes que se diera inicio al acto formal de celebración
del día de los enamorados. Eduard y Alicia se ubicaron en el improvisado campamento, establecido a la sombra de los
arbustos que generosamente les cobijaban. Recostados sobre la frazada, con las cabezas colocadas
sobre la vieja mochila cubierta por una toalla, los dos jóvenes dialogaban en
forma animada y placentera.
Mirando hacia las ramas de los árboles, Eduard descubrió y compartió con
Alicia, el jugueteo que escenificaban arriba de ellos una gran cantidad de
pequeñas aves: ciguas palmeras, chinchulines, cotorras y carpinteros, entre
otras que pudo identificar. Estas se
habían reunido en el lugar y por la alegría que transmitían, desplazándose de
rama en rama entre los árboles, y los agradables sonidos que dejaban oír, emitiendo sus cantos, hicieron pensar a
Eduard que los pájaros al igual que ellos, estaban festejando el día de los
enamorados. Aunque por momento la
tranquilidad de los pajarillos era interrumpida por una bandada de cuervos que revoloteaba sobre las alturas. Algunos de
los cuervos descendían y se posaban a la
orilla del río a beber agua, poniendo nerviosos a los dóciles y juguetones
pajaritos que retozaban entre las ramas de los arbustos.
Otras aves palmípedas, como garzas blancas y gallaretas volaban sobre las
aguas del río y se colocaban encima de las blancas piedras de la playa, desde donde observaban sigilosas los movimientos que efectuaban los jóvenes
excursionistas. De vez en cuando las gallaretas dejaban oír sus estridentes
cacareos como en señal de protesta contra quienes habían irrumpido en su hábitat.
Las frescas brisas de primavera acariciaban el pelo de los jóvenes. Y los
gemidos del viento se escuchaban al
chocar con las ramas de los anones que les daban albergue. El paso de la brisa,
al mismo tiempo, iba formando una especie de lámina sobre las mansas aguas del riachuelo, que
Alicia y Eduard compartían admirados.
***
La sombra del árbol que los cobijaba comenzó achicarse, provocando que sus
rayos los obligaran a moverse del lugar en que se encontraban. No obstante, Eduard
y Alicia continuaban disfrutando el fascinante
ambiente que se respiraba en el lugar, hasta que se produjo la esperada
llamada de una joven, para que todos se congregaran en el sitio seleccionado, y
dar inicio al acto formal de celebración. En pocos minutos todos se encontraban
formando un gran círculo alrededor de unos cuantos jóvenes que hacían el papel
de animadores y moderadores.
Luego de que una joven hiciera una breve introducción sobre la fecha que se
estaba celebrando, destacando algunos rasgos históricos, se procedió a dar la palabra
a los convidados para que éstos expresaran a su manera el significado que tenía
la festividad. Unos lo hacían a través de canciones, otros declamaban versos, y
otros por medio de emotivas palabras.
Cuando le tocó el turno a Alicia, ésta no pudo articular palabras y
sencillamente dejó caer la cabeza sobre
el hombro de Eduard que se encontraba a su lado y le dio un beso y un abrazo.
Todos rieron y aplaudieron, como señal de comprensión del comportamiento asumido
por la joven.
A continuación le tocó el turno a
Eduard, el cual se había quedado estupefacto con la actuación de Alicia. Se
sintió turbado, algo extraño en un joven que se había presentado en grandes
escenarios. Esta vez lo habían sorprendido y no sabía qué decir. Tratando de
sacar de abajo se levantó y casi titubeando expresó:
−Lo que he visto y escuchado hoy me resulta tan hermoso que no tengo palabras para
describirlo –y agregó:
−El amor y la amistad son sentimientos que forman parte de la esencia misma
de la juventud –y terminó diciendo:
−Les agradezco que me hayan dado la oportunidad de contarme entre sus
amigos. Felicidades a todos.
Los presentes aplaudieron las palabras pronunciadas por el joven, quien no
acababa de salir del atoramiento en que se encontraba.
La actividad continuó desarrollándose con espontáneas y sinceras
manifestaciones de los muchachos y muchachas presentes. Unos hacían alusión al
amor como concepto, otros a la amistad y otros se referían a su enamorado o
enamorada en particular.
Ya cayendo la tarde se dio por terminado el encuentro y los jóvenes iniciaron el retorno a Santa Elena. Eduard ya
recuperado del sobresalto que enfrentó cuando le llegó su turno de hablar,
regresaba junto a Alicia, Joselito y Lucy fascinado por la naturalidad, la
sencillez y fraternidad con que había discurrido el evento.
Cuando llegaron a la casa de Alicia, Eduard y Joselito se despidieron,
prometiendo Eduard regresar en la noche.
−Nos veremos más tarde −se despidió Eduard, luego de besar a Alicia.
−Te esperaremos, ven temprano que te voy a guardar una sorpresa −replicó
ella.
Al llegar a la casa, doña Julia salió a su encuentro. Y Eduard contagiado
por el ambiente que había vivido en el encuentro se le acercó a su madre y dio
un fuerte abrazo y un beso. La madre sorprendida y no menos alagada con la
zalamería de su hijo, se separó de él por un instante, para regresar de
inmediato con dos paquetes en sus manos.
−Estos son los regalos que me encomendaste comprar −le dijo poniendo ambos
en manos de Eduard.
Le había comprado a su hijo un regalo para Alicia, consistente en un
brazalete de plata, el cual mantenía en una cajita para que Eduard lo observara
antes de llevarlo a su destinataria, y otro regalo en un paquete más grande
para su amigo Joselito.
−Gracias mamá −expresó el joven luego
de revisar el regalo de Alicia y de pasarle el suyo a su amigo Joselito.
−Está precioso, le hará combinación con una cadena plateada que siempre
lleva puesta −le dijo Eduard a su madre.
Joselito se mantenía con el regalo en las manos, indeciso de si lo abría o
se marchaba a su casa para compartir la sorpresa con su madre.
−Llévatelo a casa y mañana nos cuentas si te gustó −le recomendó doña Julia
al jovencito.
Al escuchar la sugerencia, Joselito recogió sus cosas para retirarse,
después de agradecer el obsequio a su amigo. Eduard lo siguió y lo despidió
diciéndole:
−Nos vemos mañana amigo.
Los perfumes buenos vienen en
envases pequeños
Alrededor de una hora después de llegar a la casa, Eduard tomó el regalo y
partió para donde su novia. Al llegar, ella lo esperaba ansiosa. Salió a su
encuentro, y ambos se confundieron en un expresivo abrazo.
El joven sacó del bolsillo de una chaqueta que llevaba puesta, el regalo
que había adquirido para Alicia, y se lo entregó dándole un abrazo.
−Gracias mi amor −reaccionó ella entusiasmada.
La muchacha tomó el regalo y se dispuso a abrirlo, soltando cuidadosamente
una tira roja con la que doña Julia había amarrado la pequeña cajita que
contenía el obsequio envuelto en un delicado papel regalo.
−Los perfumes buenos vienen en envases pequeños, dice mi abuela −señaló
Alicia, mientras descubría el obsequio.
Eduard seguía todos los gestos que hacía la muchacha, ansioso de presenciar
su reacción cuando descubriera el contenido. Finalmente la muchacha sacó la
prenda y exclamó:
−Gracias, muchísimas gracias, está precioso −reaccionoo Alicia, reflejando una
desbordante alegría.
−Ayúdame a ponérmelo −le requirió a Eduard.
El joven tomó la mano derecha de la muchacha y le colocó el brazalete. Luego
se llevó la mano a la boca y le dio un beso.
−Te queda con la cadena −agregó Eduard con orgullo y satisfacción.
Alicia se detuvo por unos segundos a mirar la prenda que engalanaba su
muñeca. Parecía haber quedado fascinada al descubrir el regalo, y se arrojó sobre Eduard, cubriéndolo de
besos.
−Gracias de nuevo, está precioso −repitió una vez más.
−Espera un momento, que también te tengo un regalito −le dijo la joven a
Eduard, retirándose hacia el interior de la casa.
En seguida regresó con un paquete
envuelto en papel de regalo, y sin
preámbulos se lo entregó a su novio dándole un abrazo y expresando:
−Felicidades mi amor.
Eduard lo tomó en sus manos y antes
de proceder abrirlo le dijo:
−Gracias −y mientras lo abría comentó.
− ¿Y qué dice tu abuela que contienen los paquetes grandes?
Alicia guardó silencio, o porque no
tenía respuesta, o sencillamente no le hizo gracia el inoportuno comentario de Eduard.
Finalmente Eduard desenvolvió el paquete, descubriendo que contenía un
precioso polo-shirt color rojo
−Es precioso, y es mi talla. Me
encanta −dijo Eduard, colocando
la prenda frente a su anatomía para demostrar que le quedaba bien.
−Póntelo para ver como te queda–. Le dijo Alicia, muy complacida al
observar que su obsequio había agradado a Eduard.
Eduard acogió la propuesta, y se enfundó el polo-shirt encima de la camisa
que llevaba puesta.
−Me queda perfecto. Mañana lo llevaré puesto todo el día −le dijo Eduard
abrazándola y besándola de nuevo.
Permaneció por algunos minutos con la prenda puesta, hasta que finalmente,
por sugerencia de Alicia, se la quitó y la
colocó de nuevo en la caja de donde la había extraído.
Por varias horas los dos jóvenes se mantuvieron en la galería de la casa,
tomados de las manos en dos butacas apareadas, y conversando sobre diversos
tópicos, hasta que finalmente cuando el reloj marcaba la medianoche, Eduard decidió retirarse, siendo despedido
por Alicia.
−Nos vemos mañana, ha sido un largo y bonito día −le dijo el joven, antes
de despedir con un beso a su enamorada.
−Gracias por todo y cuídate mucho −terminó diciéndole Alicia, mientras veía
a su adorado alejarse por la solitaria y silenciosa calle de Santa Elena.
Al llegar a casa, Eduard permaneció por algunos
minutos frente a la vivienda, desde
donde echó una ojeada al entorno.
El cielo estaba despejado, dejando ver claramente las estrellas. Algunas nubes
blancas se desplazaban apresuradas como si tuvieran prisa en llegar a su
destino. Y por último, se detuvo por un
instante a contemplar la luna que le había iluminado la senda que lo trajo de
regreso. Ésta daba la impresión de que lo miraba, asentada justo en el cogollo de una palmera que se divisaba a
distancia.
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