http://www.scribd.com/doc/30488457/Sombras-Ultima-Version-Corregida (Para ver la obra completa, abrir este link)
Lágrimas en Santa Elena.
Lágrimas en Santa Elena.
Doña Julia se levantó bien temprano a preparar el
desayuno para ir a cumplir con sus obligaciones en el liceo. Don Eduardo y
Eduard permanecían acostados. El primero había permanecido hasta altas horas de
la noche escuchando noticias, y Eduard se había acostado después de la
medianoche, luego de regresar de la casa de Alicia. Además, el sueño lo
había vencido como resultado del agotamiento provocado por los ajetreos del día
anterior.
Aproximadamente a las 7:00 AM, doña Julia escuchó
que alguien tocaba a la puerta y se acercó para percatarse de cual sería la
visita que llegaba tan temprano. Para su
sorpresa, al abrir una de las persianas observó que se trataba de varios agentes
policiales. Doña Julia les preguntó de inmediato:
− ¿Que desean?
−Hemos venido a revisar la casa −le respondió uno de los agentes.
− ¿Y cuál es el motivo? −le requirió doña Julia.
−Tenemos órdenes superiores de
hacer un chequeo a la casa −reiteró
un oficial acercando su cara a la persiana que doña Julia mantenía abierta.
−Pues aguanten un momento para
comunicárselo a mi esposo −le
expresó la dama, retirándose de la persiana luego de cerrarla, y se
dirigió a informarles a Eduardo y a su
hijo lo que estaba aconteciendo.
El primero en recibir la información fue don
Eduardo, quien sin pronunciar palabras abandonó la cama y se dirigió a
comprobar por si mismo la desagradable noticia que le acababa de comunicar su
mujer. De inmediato se percató que la vivienda estaba rodeada de efectivos
policiales fuertemente armados.
Eduard, que todavía estaba dormido, muy ajeno a
lo que sucedía, fue sacudido por su madre para comunicarle de la infortunada
visita. Éste se unió a su padre, y en
poco segundos los tres se encontraron reunidos en medio de la sala analizando
la situación. Se pusieron de acuerdo, ante el apremio del tiempo, que debían actuar con prudencia para no dar
pretextos a los agentes para que
cometieran acciones violentas. En tanto
que los policías comenzaban a dar muestra de desesperación, amenazando con
derribar la puerta si la misma no era abierta de inmediato.
−Se la vamos a abrir −respondió una atribulada madre−; pero por lo menos déjennos vestir.
−Abra la puerta en seguida, si no
quieren que la derribemos −reiteró
el oficial.
−A lo mejor están destruyendo las evidencias. Se escuchó
decir a uno de los policías.
Esta expresión indignó a Eduard, quien se dirigió
a su cuarto, tomó una cinta que contenía canciones de Pablo Milanés, y colocó
en la casetera del aparato de música, a todo volumen, la canción “La vida no
vale nada”, la cual se comenzó a escuchar:
La vida no
vale nada
si no es para perecer
porque otros puedan tener
lo que uno disfruta y ama.
La vida no
vale nada
si yo me quedo sentado
después que he visto y soñado
que en todas partes me llaman.
La vida no
vale nada
cuando otros se están matando
y yo sigo aquí cantando
cual si no pasara nada.
La vida no
vale nada
si escucho un grito mortal
y no es capaz de tocar
mi corazón que se apaga.
La vida no
vale nada
si ignoro que el asesino
cogió por otro camino
y prepara otra celada.
La vida no
vale nada
si se sorprende a mi hermano
cuando supe de antemano
lo que se le preparaba.
Al escuchar la canción, los agentes se pusieron
nerviosos y seguían profiriendo amenazas para que les abrieran la puerta. La
tensión de los policías aumentaba en la medida que se fue aglomerando una gran
cantidad de personas alrededor de la vivienda, entre ellos estudiantes que
lanzaban consignas en contra de los agentes y del presidente Balaguer.
Los agentes irritados por el sonido de la
canción, y las protestas de los estudiantes, optaron por arrancar el cable de
la energía para cortar el servicio eléctrico a la vivienda y así evitar que la
canción se continuara escuchando.
Cuando la canción dejó de sonar, Eduard se dirigió a la puerta de
entrada y la abrió “de par en par”. De
inmediato dos agentes se abalanzaron sobre él
apuntándole con sus armas y colocaron sobre sus manos un juego de
esposas, ante las miradas de unos padres impotentes, disimulando su ira
mientras presenciaban la escena.
Don Eduardo estaba sumamente encolerizado,
aunque se mantenía en calma obedeciendo a la decisión que habían
tomado de mantener la cordura. No quería dejar ver ningún gesto que se interpretara como un refunfuño que les diera
motivos a los agentes para justificar excesos y arbitrariedades. Doña Julia en
cambio seguía los pasos de los policías que se movían por el interior de la
casa.
Un agente custodiaba al joven esposado, quien se
dejó caer en un sillón que había en la sala, mientras otros dos agentes, entre
ellos un oficial, volteaban los ajuares de la casa, especialmente el cuarto de
Eduard, de donde tomaron libros y otras literaturas, discos, cintas y algunos
afiches, así como la mochila y todas las pertenencias que esta contenía (una
frazada, una cantimplora, un cuchillo
deportivo, un mapa, una brújula y un botiquín casi inservible, entre otras
cosas).
Cuando los agentes concluyeron su búsqueda y se
disponían a partir, doña Julia le pidió al oficial que comandaba el operativo
que le permitiera a Eduard tomar el
desayuno. El militar accedió a la
solicitud, pero Eduard rechazó la oferta.
Ya consumado el hecho y Eduard reducido a
prisión, los agentes convencidos de que habían encontrado evidencias para
incriminarlo, el contingente policial se dispuso a iniciar la retirada. Pero
fuera de la casa la situación se tornaba complicada, la cantidad de
personas había aumentado y los
estudiantes arreciaban las protestas, a pesar de que eran contenidos por
algunos agentes para que se mantuvieran distanciados del área donde se
desarrollaban los acontecimientos.
Siendo aproximadamente las 8: 15, los policías
decidieron abandonar la casa con el prisionero. Don Eduardo le preguntó al
oficial si podía acompañar a su hijo. El oficial le respondió negativamente,
aunque le dijo que Eduard sería llevado al Cuartel General de la Policía,
donde podían llevarle comida, ropa o
cualquier otra cosa que consideraran, al
tiempo que le garantizó a ambos padres que su hijo recibiría buen trato.
Dos agentes tomaron a Eduard cada uno por un
brazo. Doña Julia se acercó a su hijo, lo abrazó y le dio un beso, dejando
escapar de sus ojos algunas lágrimas. El
joven sintió deseo de abrazar a su madre, pero la atadura de las manos se lo
impidió, miró a su madre a los ojos y le dijo:
−No te preocupes mamá que todo va a
salir bien.
−Lo sé hijo mío, Dios te protegerá −agregó la madre.
Don Eduardo, por su parte, no despidió a su hijo, solamente pudo decir:
−Hijo, nos vemos en el cuartel.
Concluido ese diálogo, el oficial cruzó la puerta
de salida, le seguían los dos agentes con el prisionero esposado y tomado de
los brazos. Al bajar los escalones que daban a la calle, Eduard miró al frente
y vio a Alicia, vestida con el uniforme escolar, que se encontraba junto a su
madre, su hermanita Lucy y su amigo Joselito. Doña Lucía tenía abrazada a su
hija Lucy y Alicia sostenía a Joselito. Eduard alzó la cabeza y emitió una sonrisa, intentó levantar la mano derecha
para saludar y despedirse de su novia y los demás, pero las ataduras sólo le permitieron simular el gesto. Alicia
lo miraba fijo, como no queriendo perderse el menor de los detalles. Lucía y su
hija menor no podían ocultar las lágrimas, en tanto que Joselito estaba
nervioso e impaciente.
Mientras Eduard era introducido en uno de los
vehículos, los agentes que contenían a los estudiantes se movilizaron para
abordar los automóviles que los llevarían de regreso, lo que fue aprovechado por los jóvenes para
avanzar sobre los policías lanzando consignas y atacándolos a pedradas. En la
huída algunos agentes arrojaron varias bombas lacrimógenas para impedir el
avance de los estudiantes. Joselito que se encontraba a pocos metros de los
vehículos, estalló en ira y corrió detrás de los autos lanzándoles piedras mientras estos abandonaban el lugar.
Así dejaba Eduard a Santa Elena, luego de
permanecer en el pueblo por espacio de 10 días. Allí había cultivado buenos
amigos y sobre todo conocido a Alicia la que le produjo una transformación en
su vida. Mientras dejaba atrás el poblado,
mantenía viva la escena que presenció al salir de la casa, en la que su amada
junto a su familia y su amigo Joselito esperaban el desenlace de los
acontecimientos. Le reconfortaba el hecho de que Alicia, a pesar de que se
mantuvo atenta, no derramó ni una sola lágrima ante la presencia de los
verdugos. Es valiente, se decía para sí.
***
Con la partida de Eduard, la multitud que se
había congregado alrededor de la casa, comenzó a dispersarse, la mayoría
lloraba, aunque no era posible
determinar las lágrimas que obedecían al
sentimiento producido por el arresto del joven estudiante, de las que fueron
provocadas por los efectos de los gases emanados de las bombas lanzadas por los
agentes; pero lo cierto es que Santa Elena fue humedecida por las lágrimas de
sus hijos.
Los estudiantes se marcharon en dirección al
liceo lanzando consignas contra el gobierno, los policías, y en demanda de la
libertad del joven detenido. En tanto que Alicia y su madre cruzaron la calle y
entraron a la casa de los padres de Eduard. Era la primera vez que la joven
tenía la oportunidad de verse frente a doña Julia y don Eduardo. Luego de
ella meterse en amores con Eduard,
evitaba encontrarse con la directora del
liceo; pero esta vez asumía la firme
determinación de enfrentarse a los padres de su novio.
El primero en recibir a Alicia fue don Eduardo,
quien la abrazó y la alentó diciéndole que no se preocupara y
que mantenga la confianza en que todo
saldría bien, porque su hijo no tenía nada pendiente con las
autoridades. Aunque no podía pronunciar
palabras Alicia sintió que por primera vez las lágrimas humedecían sus ojos, aunque trató de
contenerlas.
Luego se acercó a doña Julia, y ambas se
confundieron en un abrazo cargado de emoción y sentimiento. Ninguna de las dos
expresaron palabras, tampoco pudieron
contener las lágrimas. Se mantuvieron abrazadas por varios segundos, hasta que
don Eduardo se acercó para señalarle a su esposa que había que preparar el
bulto para él partir hacia el cuartel general.
−Vamos hija −le dijo doña Julia Alicia, quizás sin proponérselo−, ayúdame a preparar el bulto de Eduard.
Las dos entraron al cuarto del joven, el cual se
encontraba completamente desarreglado, como resultado de los registros llevados
a cabo por los agentes policiales en su búsqueda de pruebas para acusarlo. Doña
Julia comenzó a recoger algunas de las pertenencias de su hijo que estaban
desperdigadas por toda la habitación. Alicia miraba por todo el interior,
descubriendo cosas de Eduard que no conocía e impresionada por el desparpajo que
arropaba todo el cuarto.
−Toma ese bulto para introducir las
cosas que le vamos a enviar −le
dijo doña Julia a Alicia.
−Aquí está −respondió la joven, siendo esas las primeras
palabras que pronunciaba después de entrar a la casa.
La madre comenzó a tomar algunas prendas, las
cuales entregaba a Alicia para que las introdujera en el bulto. La joven
observó sobre la cama el polo-shirt color rojo que le había regalado a Eduard
la noche anterior, con motivo del día de los enamorados. Lo tomó en sus manos y
lo estrechó entre sus brazos, acercándolo a su nariz para hurgar si conservaba
el olor del perfume que Eduard llevaba esa noche cuando al recibirlo se lo puso
para probar como le quedaba. Doña Julia al advertir la curiosidad de la muchacha por la prenda, le
dijo: “colócala en el bulto”. Hasta ese
momento ella no sabía nada acerca de la
procedencia del polo-shirt, el cual no había visto nunca antes.
−Pongámosles su juego de ajedrez−,
le sugirió Alicia con palabras
entrecortadas.
−Gracias por recordármelo, ese
juego es parte de su vida −le
interrumpió doña Julia.
Cuando las dos mujeres terminaron de preparar el
bulto, Alicia recordó algo que expuso
uno de los jóvenes en el encuentro del amor y la amistad que había tenido lugar
el día anterior. Éste había dicho que Valentín era un personaje que se dedicaba
a llevar cartas de amor a los prisioneros y que de ahí viene que en su
honor se haya instituido el día de San
Valentín o de los enamorados.
Alicia se arrimó a una mesita en la que se
encontraban, completamente desordenados, los libros y papeles de Eduard que los policías no se
habían llevado. Tomó una hoja de papel y un lapicero y escribió una nota. La
dobló con delicadeza y la introdujo disimuladamente dentro del tablero del ajedrez que se
encontraba en el bulto.
−Tenemos que prepararle algo de
comer −expresó doña Julia,
dirigiéndose a la cocina, seguida por Alicia.
Mientras preparaban los alimentos, don Eduardo
apresurado le recordaba que el tiempo avanzaba y él debía partir. Las dos
mujeres aceleraron la preparación del desayuno y finalmente se lo entregaron en
una bolsa junto al bulto que contenía la ropa y otros objetos. Éste se despidió dándole un abrazo a su mujer y
otro a Alicia, y diciéndole que se
ocuparía de todo y pidiéndoles que estuvieran tranquilas que él las mantendría
informadas de todos lo que ocurriera. Partió hacia el parque donde esperaba
encontrar un vehículo que lo llevara a su destino. Doña Julia y Alicia lo
miraban mientras se alejaba por la calle con los dos paquetes en sus manos.
http://www.scribd.com/doc/30488457/Sombras-Ultima-Version-Corregida
http://www.scribd.com/doc/30488457/Sombras-Ultima-Version-Corregida
No hay comentarios:
Publicar un comentario