Del libro Relatos de mi Bohio
De Ismael Cruz M.
María la O….
Durante mi
niñez fui afectado por una grave enfermedad, y mi madre me llevaba cada cierto
tiempo al hospital de Puerto Plata para ser chequeado por un médico. Durante
las primeras visitas, dado el delicado estado, prácticamente recuerdo poco de
cómo eran los viajes, pero en las medidas
que fui recuperando la salud, ya podía observar los movimientos que se
daban en la ciudad, y mi madre, cuando salíamos del centro médico, se ocupaba
de pasearme por algunos lugares importantes para que conociera algunas las
cosas que había en el pueblo.
Una mañana,
abandonamos el hospital y tomamos la
ruta del muelle, pienso que mi madre quería que conociera el mar y los barcos,
pues nunca había visto de cerca ninguno de los dos, pues a pesar de que
vivíamos en un campo de Altamira, un municipio de la provincia de Puerto Plata,
nunca antes había tenido contacto con el mar.
Al llegar
al muelle divisé unos barcos anclados, y también recuerdo una gran cantidad de
golondrinas que volaban zigzagueantes
sobre nuestras cabezas, saliendo y entrando a un viejo edificio ubicado en el
muelle. También tuve la oportunidad de ver de cerca las aguas del océano
Atlántico y sentir el olor del salitre que éste desprendía.
Desde muy
pequeños conocía la leyenda de que el mar reaccionaba furioso si alguien osaba
decirle: “María la O, tu Mamá es puta y la mía no”. En la medida que íbamos acercándonos
al muelle, caminando sobre un piso de concreto un poco deteriorado, se fue
apoderando de mí la curiosidad de
decirle el “dicho” al mar para ver si era cierto que se ponía furioso.
Se
observaba una gran actividad, había mucha gente alredor del muelle. Nos
detuvimos a observar los barcos, que pienso que constituía el principal motivo de
mi madre para llevarme al lugar. No obstante, yo sentía el deseo de pronunciar en voz baja la insultante expresión.
Y así
comencé la pronunciación: María la O…., pero cuando iniciaba la injuriosa
frase, brotó un chorro de agua a través de un orificio que se encontraba en el espacio que había entre mi madre y yo.
La presión fue tan fuerte que el chorro de agua se elevó varios metros y arrojó
sobre mí una cantidad de agua que me empapó la ropa que llevaba puesta.
Aterrorizado
por el hecho, Salí corriendo despavorido, convencido de que el agua que el mar
me había arrojado, había sido una venganza por el atrevimiento de desafiarlo.
La expresión se quedó por ahí, no me aventuré
a terminarla; persuadido de que si la concluía la represalia podría ser
mayor.
De regreso
a casa, solo pensaba en el susto que me había dado el mar, pero no comenté con
mi madre lo ocurrido y al llegar, tampoco me animé a compartirlo el suceso con
mis hermanos y amiguitos del vecindario. El tiempo ha pasado, y desde entonces
he tenido muchos contactos con el mar, pero nunca más he osado volver a decirle
el dicho, por si acaso.
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